Luis Ortiz Ramírez / Hace 40 años, más o menos, tener un hijo doctor o arquitecto, en la familia era un motivo de orgullo. En muchos casos, significaba que se podía salir de la medianía y escalar una buena posición económica. El magisterio pasaba a segunda mesa. Por esa razón, era común escuchar comentarios despectivos del magisterio. Cuando le preguntaban a alguien, que cual sería su destino, después de sus estudios de nivel superior, muchos contestaban, que si no conseguían trabajo en la función pública, o en la iniciativa privada, buscarían otra chamba. “Aunque sea de maestro”.
Hoy, después de la reforma laboral, ¡perdón!, educativa, muchos arquitectos, contadores, ingenieros, doctores y otras profesiones, buscan y anhelan una plaza de maestro, algunos presentan su examen de nuevo ingreso, algunos lo logran y muchos otros se quedan en el intento.
Sin embargo, el pasar un examen, no garantiza que serán buenos maestros, solo una pequeña parte comprende, lo que en verdad significa ser un buen maestro. Me ha tocado observar, que algunos maestros nuevos, buscan estar al día, se actualizan, preguntan a los maestros de mayor experiencia, muestran una actitud mesurada y sencilla. Pero hay otros, que sienten que pasaron el examen de Harvard, y se sienten los herederos de las enseñanzas de Comenio. No aceptan sugerencias y su petulancia ofende a los demás.
Hace poco, en una biblioteca escolar, escuche a dos maestros de nuevo ingreso, se saludaban y uno le decía al otro; ya vez te lo dije, que el examen no la iba a pelar, el otro le contesto, pues si, ya que, quien iba a decir que vendríamos terminar como maestritos. Escuchar a dos nuevos maestros hablar tan despectivamente del noble oficio de enseñar, me dio mucho coraje.
Pensé que habría oportunidad para compartir ideas y experiencias. Hubiera querido decirle de todas las bondades que otorga el magisterio, decirles que los más brillantes estadistas, políticos, empresarios, científicos, artistas, y hasta el escritor más laureado, necesitaron de una maestra, o un maestro. Decirles que un pueblo sin maestros es un pueblo sin futuro.
Mencionarles que este país les debe mucho a sus maestros. Algunos hemos enseñado en condiciones paupérrimas, y no obstante eso jamás ha servido como obstáculo para quejarnos. Y es que muchos olvidan que las revoluciones, cambios, y rompimiento de paradigmas, dijeran los epistemólogos, siempre han necesitado de un maestro.
No juzgo con severidad la actitud de estos docentes recién estrenados, en parte se debe a que su formación se limitó a ofrecer conocimientos duros, y el nuevo modelo flexible, les ofrece mucha teoría y poca práctica. Algunos sufren el desencanto al toparse con un escritorio desvalijado y un aula a medio construir. Muchos, no están acostumbrados a trabajar en un contexto de miseria y pobreza.
Estos jóvenes maestros, deben comprender que no se trata de sobrevivir quincenalmente con un sueldo de maestro. Se trata de asumir el compromiso, ser modestos, reconocer sus propias limitaciones. Es de sabios preguntar y pedir ayuda. No deben echar a la basura, años de experiencia, de maestros que aún están en las aulas. No se trata de decir, “ya aunque sea de maestro”, se debe decir; soy maestro y, a mucha honra. Total ya están el ruedo, ¡perdón! , en el aula.
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