Debido a la importancia del cargo y al manejo de recursos públicos, los funcionarios deben contar con reconocida honorabilidad; debería ser un requisito primordial para desempeñar la función pública. Durante la docena trágica, en Veracruz la honorabilidad no fue requerida ni por Fidel Herrera ni por su pupilo Javier Duarte. Uno de los requisitos para pertenecer a la cofradía de estos personajes era perder el pudor y la desvergüenza. Estos gobernantes se fijaron en que fueran buenas mozas, verdaderos talentos de TV; otros fueron requeridos por ser expertos en robos de cuello blanco.
Gran parte de estos funcionarios se batieron en el lodo de la corrupción con estos siniestros personajes. Nacieron nuevos ricos que no les importó que perdieran la dignidad. La ética y honradez fue sepultada por saqueos, robos, desvió de recursos, peculado, despilfarro y otras prácticas reprochables. Hoy muchos de ellos andan con el oprobio a cuestas, la sociedad veracruzana los señala con el dedo flamígero de la ignominia.
Sus apellidos y nombres fueron revolcados con sus acciones; la rapacidad con la que se condujeron, los condenan; algunos de ellos han tenido que regresar lo que se robaron; no solo Xóchitl Tress, también Bermúdez Zurita, Édgar Spinoso y otros más han tenido que hacerlo.
Sin embargo, su honorabilidad quedo arrastrada por los suelos, su palabra no vale ni medio centavo, su sola presencia provoca cuchicheos y murmuraciones. Es parte del precio que tienen que pagar los que andan en libertad, otros tendrán que pasar muchos años en la cárcel.
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