Jorge Flores Martínez / No voy a hablar de Javier Duarte, porque me dan asco y me enferman su estúpida expresión y su boba sonrisa de mentada de madre.
Hace unos días estuve en la Ciudad de México con mi hija y con mi sobrino, fuimos al Castillo de Chapultepec, y al Museo Nacional de Antropología. Les puedo decir que estar en el Castillo, en sus terrazas y en sus salones me emocionaron, ver los murales de Siqueiros y el retrato ecuestre del Conde de Gálvez me reconciliaron, realmente, con mi país.
Después bajamos y fuimos al Museo Nacional de Antropología, del cual, por cuestiones de tiempo, solo pudimos recorrer las salas de Teotihuacan, de las culturas del Golfo y de la civilización azteca; estar con esas maravillosas piezas, saber que pertenecemos y somos producto de enormes y poderosas culturas, lograron que sintiera mi sangre latir en mis venas.
Por la tarde, en pleno aguacero, decidimos recorrer la ciudad antes de ir a donde nos hospedábamos, tomé el Paseo de la Reforma, la avenida Juárez por la Alameda, pasamos por el Palacio de Bellas Artes, donde mi hermano se encontraba en un evento de cine, y 5 de Mayo hasta el Zócalo, dimos la vuelta pasando por Palacio Nacional y la Catedral, para dirigirnos a la calle de Tacuba y pasar por el Palacio de Minería, el Munal y la plaza Tolsá, con su “Caballito”.
En el trayecto iba pensando en lo grande e imponente que somos como pueblo, en nuestra historia que, por trillado que se pueda escuchar, es poderosa y emocionante, en nuestro arte y en nuestra cultura que son fuertes e impactantes, somos un pueblo que hace música, poesía, arquitectura y pintura con una intensidad y generosidad que parece por momentos en su vértigo ser fuerte y sutil al mismo tiempo.
Pensé en nuestra música y gastronomía, en nuestras familias y valores. Llegué a la conclusión que somos un país con grandeza, somos mucho más de lo que creemos que somos, o lo que quieren que creamos que somos.
Casi han logrado abatirnos en la confusión, quieren que creamos que somos Televisa y sus estándares de belleza ajenos a nosotros. Por todos los medios han buscado taladrar nuestras conciencias con las nacadas de sus estereotipos, con sus personajes mexicanos derrotados en su ignorancia y mal gusto. Quieren que seamos los borregos imbéciles de partidos políticos corruptos e incapaces.
Lo comenté con mi sobrino y con mi hija, en el Castillo de Chapultepec hay dos presencias, intensas y constantes; una, la de un indígena oaxaqueño que no tenía el español como su lengua materna; la otra, la de un emperador austriaco que tampoco. Dos personajes indispensables de nuestra historia y que realmente no podrían ser más diferentes. Lo increíble de México es que el indio pobre fue el que le ganó al aristócrata y lo echo del país.
En el Museo Nacional de Antropología ya con un cansancio de todo el día, y tras ver nuestro origen, comentamos lo majestuoso de los olmecas, totonacas, toltecas y, el remate de los aztecas y su imponente Tenochtitlán.
Recordemos que somos el producto de enormes culturas, que estamos preparados para construir gigantescas pirámides y catedrales indestructibles, que también somos capaces de volar como nuestros papantecos, de imaginar lo imposible con nuestros arquitectos y poetas, de crear sonidos y colores como nuestros músicos y pintores. En verdad, solo es cuestión que lo recordemos todo el tiempo, que tengamos la consciencia que somos eso y más.
Olvidemos a los que decidieron traicionarnos, es posible que la Ley que ellos hacen, interpretan y ejecutan, simplemente los declare inocentes. Podrán burlar a la justicia, después de todo es su justicia, lo que nunca podrán evadir es su traición, su total y absoluta traición a México y a Veracruz.
¿A poco no?
Comentarios