Maryjose Gamboa / A raíz que se dio a conocer la noticia que Javier Duarte sería extraditado a México, y de las declaraciones que este hiciera al término de su audiencia en Guatemala: “Paciencia, prudencia, verbal contingencia, dominio de ciencia. Presencia o ausencia, según conveniencia. Verbal contingencia”, se desataron una serie de rumores, de suposiciones, incluso de afirmaciones en las que se aseguraba que todo era parte de una estrategia porque una vez que pisara suelo mexicano, este sería liberado, lo cual aunque es completamente falso, puede entenderse por dos razones; La primera, que efectivamente la corrupción e impunidad permiten creer que en México cualquier cosa es posible, y la segunda, que quienes le apostaron a que la “locura” y “risas” de Duarte eran parte de esa misma “estrategia”, desconocen los efectos que la reclusión provoca en un ser humano, incluso en aquellos que de “humano” no tienen nada, como en el caso de Javier Duarte.
La primera teoría fue descartada por él mismo que lo denunció y llevó a prisión, el hoy Gobernador Miguel Ángel Yunes Linares, quien aseguró que los dos procesos que se siguen en contra de Javier Duarte, ameritan prisión preventiva, y que por ende no cabe posibilidad alguna que los enfrente en libertad. En el caso de la segunda teoría, también existe una explicación sustentada en estudios que empezaron a realizarse desde 1940, pero que poco se conocen porque a ningún gobierno en nuestro país o estado, le ha importado lo que ocurre dentro de una prisión -razón por la cual estamos lejos, muy lejos, de programas efectivos de reinserción social- el llamado “efecto prisionalización”.
Con mucho interés leí distintos comentarios sobre lo “conveniente” que resultaba para Javier Duarte “hacerse el loco” para que lo soltaran, tal como se afirmaba cuando aún “gobernaba” que fingía estar “loco” para evadir cualquier responsabilidad, pero no es así, o al menos no es tan simple como se plantea en ninguna de las dos condiciones, ni como “gobernante”, ni como preso.
Para empezar porque NADIE en su SANO JUICIO ni finge estar “loco”, ni comete las atrocidades que él y sus cómplices cometieron… Que están enfermos de mente y alma, al menos yo no tengo duda. Y para rematar porque si algún juez le concediera que la enfermedad mental le impide permanecer en prisión, entonces tendrían que abrir las puertas de las cárceles de par en par, porque en TODAS cohabitan en IGUALDAD DE CIRCUNSTANCIAS desde los momentáneamente “enloquecidos” por la misma reclusión, hasta auténticos psicópatas, sociópatas, incluso esquizofrénicos. Y puedo dar testimonio de ello porque con ellas y ellos conviví, incluso en la misma celda un tiempo con una mujer DIAGNOSTICADA con esquizofrenia, a la que nunca por cierto, le dieron medicamento alguno.
Pero volviendo al “loco” que nos ocupa, lo que este demostró mal parafraseando además, al filósofo sevillano Santiago Montoto, es una obvia alteración de su estado emocional. El “Carcelazo” o “Efecto de Prisionalización” (término utilizado por Donald Clemmer en 1950), lo han definido como un proceso similar al duelo, pero con la complejidad que cada una de las etapas que este implica, ni se presentan en el orden común, ni se cierran… Es decir, cada parte del proceso legal las reaviva y conjunta; Negación y aislamiento, enojo, negociación, depresión, y aceptación (la más difícil).
Y aunque desde luego Javier Duarte no ha conocido aún los efectos más dramáticos de la prisionalización, es decir, los que viven miles de internas e internos en este país, sometidos a toda clase de vejaciones y humillaciones por parte de la autoridad oficial y/o de la extraoficial (los conocidos autogobiernos dentro de cada penal), el drástico giro que dio su vida de “gobernante” con poder absoluto, a preso (por más privilegios que tenga porque nadie luce tan “rozagante” al menos en los primeros meses de reclusión), necesariamente han provocado estragos en su ya de por sí retorcida mente.
Pablo Rojas, experto en el tema, afirma por ejemplo, que la sola cotidianeidad de la cárcel es brutal, y que no hay nadie exento de vivir el “carcelazo”, como se le dice en el argot carcelario a la depresión producto de vivir encerrado. Mientras que las autoras del libro “Las mujeres olvidadas”, Elena Azaola y Cristina Yacamán, aseguran que perder la libertad implica un proceso de duelo que se traduce en apatía, depresión, angustia y rebeldía, proceso que inevitablemente te coloca en una posición de conflicto: “La vida cotidiana, la de afuera antes del encarcelamiento, ha muerto y lo que sigue es el duelo. Un duelo que las presas describen como «muerte en vida».
Ante este duelo, las personas en reclusión reaccionan a través de mecanismos de defensa que van desde insistir en argumentos como “no tardo en salir”, “es un error”, “no tienen pruebas”, etcétera (argumentos que incluso los que están conscientes que son responsables de los delitos que se les imputan utilizan), hasta que llegan a una segunda etapa, la de la manipulación e intentos de negociación para conseguir la libertad presionando a allegados, cómplices, abogados, o familiares… Esta es la etapa en la que parece estar Javier Duarte, misma que con el paso de los meses será sustituida por la que vive el resto de la población penitenciaria de este país y que representa el verdadero infierno del que muchas veces le he platicado: Un ambiente caracterizado por relaciones interpersonales basadas en la desconfianza y el instinto de supervivencia, vigilancia permanente, falta de intimidad, rutina, frustración, y el enfrentamiento diario para asimilar una nueva escala de valores, como describieron en un estudio Arroyo y Ortega en el 2009.
Después de esta etapa, y ante la carga emocional que implicará para Javier Duarte lidiar además, con las traiciones de todas y todos aquellos a los que les dio a costa de la miseria de un pueblo entero, incuantificables fortunas, dudo mucho que continúen las “risas burlonas”, los “chascarrillos”, incluso las locuras que pretende mostrar como fingidas… Y es justamente en este momento en el que el “loco” será el menos preocupado, los preocupados serán sin duda “los cuerdos” que le apostaron y apuestan aún, a su locura.
“Cuerdos” a punto de enloquecer…
Y si alguna duda les queda a los “cuerdos” que le ayudaron y se beneficiaron con cada atrocidad cometida por Javier Duarte, que tienen razones de sobra para preocuparse, ahí está por ejemplo el audio filtrado hace un par de días en las redes, en el cuál se escucha como a través de Tarek Abdalá, diputado federal que el PRI protegió del desafuero, Duarte entregó presuntamente MIL MILLONES DE PESOS (desde luego de los veracruzanos) al PRI nacional.
¿Cuántos audios, grabaciones, o documentos que comprometan a cientos de funcionarios, “empresarios”, políticos, o “cuates” tendrá Javier Duarte en su poder? Ni idea, pero pareciera que los suficientes como para no “enloquecer” sólo, en una prisión.
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