Ahora resulta que está mal poner al descubierto la corrupción y los excesos de la pareja que vivió por seis años en la Casa Veracruz; ahora resulta que se invade su intimidad al darnos a leer los mantras que son prueba de su desaforada ambición, de su falta de escrúpulos; ahora resulta que hasta deberíamos pedirle perdón a Karime y por qué no, al mismo Javier Duarte, de quien en momentos de catarsis nos hemos reído al darnos cuenta de su esperpéntica personalidad.
Sólo los que vivieron el sexenio de Duarte, los que siguieron su corrupción, los que padecieron las consecuencias de esas conductas psicópatas, como los enfermos en los hospitales o las comunidades donde nunca llegaron los recursos para saciarles el hambre, porque la señora los tomó para darse la vida de lujos, sólo ellos podrían tener el albedrio para perdonar a esa mujer.
Pero es muy fácil, desde la comodidad de un escritorio, mirar lo que sucedió en Veracruz y juzgar, como lo hace el señor Salvador Camarena, a todos los que hicimos catarsis lúdica al enterarnos de las excentricidades esotéricas de la señora Karime.
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