Curas borrachos

Veracruz
Los sacerdotes Alejo Nabor Jiménez Juárez y José Alfredo Juárez de la Cruz, asesinados en Poza Rica, al norte del estado de Veracruz FOTO: WEB
- en Opinión

Édgar Hernández* / Bien se dice en política hay de modos a modas.

Para el politólogo y campeón nacional de oratoria, Augusto Ponce Coronado la política no ha hacen las damas de la caridad, sino los hombres de carne y hueso.

Por décadas la razón de Estado permitió a la república encarcelar a quienes ponían en peligro la seguridad nacional o a quienes atentaban contra las instituciones nacionales.

Esta razón de Estado llega a su fin cuando concluye toda una era de poder vertical y arriba la alternancia con el nuevo siglo. Con ello la apertura, el diálogo, la tolerancia y la concertación siempre sin perder de vista el principio de autoridad gubernamental que si bien decanta no se pierde.

Negociar, decía Reyes Heroles es sentarse con el adversario, poner sobre la mesa el capital, sea cual fuere, de ambas partes y llegar a acuerdos… y respetarlos.

Hoy quedan como escuela aquellas grandes enseñanzas y legados de quienes detentaron históricamente el poder en medio de vendavales sin permitir romper el orden institucional o entrar en el caos.

Fueron lecciones, en otro sentido, que muchos no entendieron.

Es el caso de Veracruz con un sinfín de problemas sociales, políticos y financieros que han resuelto a madrazos y con raterías.

El asunto de los curas sacrificados ha conmocionado a la opinión pública por tratarse de la inseguridad generalizada, de la entrega de espacios de poder al crimen organizado y por permitir ese relajamiento de las instituciones en donde más importa ganar la guerra mediática que entregar a la ciudadanía paz social.

La Fidelidad, lo que queda de ella, sacó cero en ese aprendizaje.

Y va de anécdota. Cuando en junio de 1986 llega Fernando Gutiérrez Barrios en calidad de candidato a la gubernatura, el principal reclamo giraba en torno a la seguridad pública.

Ya para ese entonces la Sonora Matancera, que no era una orquesta musical sino un grupo de bandoleros que asolaban Veracruz, y el legendario cacique de horca y cuchillo, Cirilo Vázquez Lagunes tenían de rehenes a la ciudadanía, secuestrada y a su merced.

Consecuentemente ya gobernador, el diestro en seguridad nacional, se fue al desenraizamiento de ese cáncer enquistado en el tejido social.

Bajo el mando del jefe policiaco, antes no había Secretaría de Seguridad Pública, solo una dirección, Luis de la Barreda, se iniciaron las primeras acciones que dieron lugar al combate en abierto de los entes criminales y por supuesto a la caza del criminal Cirilo Vázquez Lagunes, a quien un buen día, un 26 de febrero de 1987 se le dicta auto de formal prisión enviándolo al Penal de Allende.

Preso por los delitos de portación y acopio de armas, el malamente llamado “Caudillo del Sur”, que hasta corrido tenía, es enchiquerado con su banda, quien había sido detenido un 5 de marzo del año del 86, fecha muy bien acordada cuando un piquete del ejército y diez patrullas de caminos repletas de federales sus R-15, apoyados por Seguridad Pública estatal sonaban por diferentes lugares para darle muerte a Cirilo.

¿Quién dio la orden?

No la había. Solo la presencia de los oficiales en estricto cumplimiento de una orden de aprehensión quienes se presentaron en  el rancho “Nueva Esperanza”, allá en Acayucan donde se atrincheró y desde donde gritó: “Soy un preso político”, luego de ser capturado.

Del operativo salió ileso.

En la refriega cayeron varios de sus seguidores, entre ellos Fernando López Bouzas, hijo de López Arias.

Un parte de la XXVI Zona Militar que en ese entonces encabezaba un muy amigo de don Fernando, Luis Barquera, consigna que Cirilo fue detenido con un grupo de pistoleros en un retén de Nuevo Ixcatlán, municipio de Playa Vicente, donde se refugió luego un primer tiroteo en su rancho.

Ya en el penal de Allende se dedicó a alborotar la gallera llegando incluso a mandar tirar a las afueras del penal, perecederos como plátano y jitomate como señal de protesta ante el supuesto mal trato que era objeto.

Ello dio lugar a que el 17 de julio de ese mismo año, 1987, el mismo gobernador tomara la decisión de ir a ver a Cirilo Vázquez Lagunes.

Así, acompañado por los capitanes Luis de la Barreda y Armando Félix Contreras,  Ponce Coronado y el responsable de prensa, se movieron a media mañana en helicóptero hasta las puertas del penal. Ya lo esperaba Alfredo Salgado Loyo, director de Gobernación.

Traspuso las rejas y al pie de la celda ordenó la abrieran adelantando que entraría solo. El “Sogocho” Félix hizo un intento de disuadirlo del peligro que representaba que el gobernador quedara a solas con el peligroso delincuente.

Don Fernando categórico rechazó el comentario. Se metió a la celda. Dialogó unos 45 minutos, quizás más, salió y no externó ningún comentario de regreso a Xalapa. Nadie oso preguntar nada.

Por la noche hizo una llamada Ramón Ferrari ordenándole recibiera al otro día a una persona y su grupo en el restaurante “Pardiños”, que los atendiera y acompañara al pie de la autopista en un vehículo de debería proporcionarle.

Así fue.

El comensal del día siguiente sería Cirilo Vásquez Lagunes quien por la vía del diálogo y acuerdos tendría que abandonar Veracruz y no regresar mientras Fernando Gutiérrez Barrios estuviera como gobernante o residente.

Se fue a Puebla.

Ahí Cirilo creó un mini imperio y dio mucha lata al gobernador poblano Manuel Bartlet quien día le dijo a don Fernando: “¡Oye?.. Ya ni la friegas te deshiciste de ese delincuente mandándolo a mi tierra!”.

Veracruz se libró de un cacique y don Fernando transitó de buen gobernador a hombre leyenda.

Así es la política, es una negociación en donde lleve la delantera la ciudadanía.

Y no se trata de maquillar realidades, sino de llegar a acuerdos alejados de posturas dogmáticas y apegos ficticios a la ley como en estos días pretende el Fiscal General, Luis Angel Bravo Contreras, a quien se le hizo fácil de manera por demás cobarde de calificar de “una borrachera que salió de control” la que dio lugar al asesinato de dos sacerdotes de la Diocesis de Papantla.

Luis Angel nunca aprendió que cuando alguien muere hay que respetar. No se pueden adelantar indagaciones ni acusar a un muerto que ya no puede defenderse.

¡Díganle al Fiscal que no chingue!”, le respondió el presbítero de Poza Rica, Jaime Suárez Silva.

Y es que aunque los curas hubieran caído en ese exceso ¿nunca se preguntó el Fiscal las consecuencias de su torpeza, del riesgo de echarse encima –como está sucediendo- a la iglesia y, sobre todo, actuar con prudencia, dialogar con la curia, ponerse a sus órdenes en lugar de andar gritando barbaridades ante los periodistas?”.

Y dicen que el loco es Duarte.

Tiempo al tiempo.

 

*Premio Nacional de Periodismo

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