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Normales rurales, ¿culpables o víctimas?

Algunos analistas y pensadores piensan que las escuelas normales rurales son culpables de la crispación social que vive el país, otros las consideran víctimas del abandono gubernamental. Los dos grupos esgrimen sus argumentos a favor y en contra. Los que están a favor de estigmatizarlas como cuna de revoltosos y anarquistas, señalan que la matrícula es muy baja y que han dejado de ser pieza clave del sistema educativo mexicano. Añaden que su tiempo ya pasó, consideran que encajaban perfectamente dentro de un esquema revolucionario que en estos momentos ya no existe.

Quienes critican a esas escuelas, no las ven abandonadas sino consentidas: no rinden los frutos que se esperan de ellas; su financiamiento no es escaso —tampoco abundante—, pero hablan más del despilfarro, del clientelismo en el otorgamiento de becas, la corrupción en los dormitorios y comedores; observan la politización de los estudiantes más como manipulación que como participación convencida.

Por otro lado, los que están a favor de fortalecer el esquema normalista señalan que es vital inyectar recursos a las normales del país, ya que son los únicos egresados dispuestos a ir a lugares remotos, con un sueldo pírrico. Consideran que eliminarlas o transformarlas en institutos de capacitación magisterial, sería un desastre para la educación mexicana.

Lo que preocupa a los expertos sobre la materia es el silencio sepulcral del titular de la Secretaria de Educación Pública, es cierto que, hasta el momento no se ha pronunciado a favor de desaparecer las escuelas normales, pero tampoco se le han visto ganas de fortalecer a un esquema que forjó las primeras generaciones de ilustres maestros, que fueron los pilares de esta gran nación.

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