Quienes critican a esas escuelas, no las ven abandonadas sino consentidas: no rinden los frutos que se esperan de ellas; su financiamiento no es escaso —tampoco abundante—, pero hablan más del despilfarro, del clientelismo en el otorgamiento de becas, la corrupción en los dormitorios y comedores; observan la politización de los estudiantes más como manipulación que como participación convencida.
Por otro lado, los que están a favor de fortalecer el esquema normalista señalan que es vital inyectar recursos a las normales del país, ya que son los únicos egresados dispuestos a ir a lugares remotos, con un sueldo pírrico. Consideran que eliminarlas o transformarlas en institutos de capacitación magisterial, sería un desastre para la educación mexicana.
Lo que preocupa a los expertos sobre la materia es el silencio sepulcral del titular de la Secretaria de Educación Pública, es cierto que, hasta el momento no se ha pronunciado a favor de desaparecer las escuelas normales, pero tampoco se le han visto ganas de fortalecer a un esquema que forjó las primeras generaciones de ilustres maestros, que fueron los pilares de esta gran nación.