Ausencia Levet

- en Opinión

Sergio González Levet / Un día antes del 18 de diciembre de 2015, cuando cumpliría 95 años, doña Ausencia Levet Lambert decidió hacer definitivo su nombre. Acostada en su casa y en su cama de Martínez de la Torre, se nos fue a un mejor lugar, en donde seguramente estará gozando de la vida, masticando el chicle de marqueta que tanto le gustaba y dándole vuelo a la plática, ella que era tan buena charlista, con sus papás y sus hermanos y su marido que tanto quiso y que se le adelantó sin querer hace más de 30 años.

Era la mayor de tres hermanas y la segunda de seis hermanos, y le pesaba ser la última que emprendiera el viaje sin retorno, a donde ya se habían ido Alfonso y Rubén y Julio, y en donde también está Irene. A los sobrinos Levet nos queda todavía la tía Esther, que llena todos los lugares en donde estén ella o su recuerdo con su bondad, su sonrisa luminosa y su carácter inmejorable.

La tía Ausencia se llamaba así porque el abuelo, don José Onesto Levet Lambert, estaba leyendo una novela cuya protagonista tenía ese nombre, y como le gustó tanto la historia decidió eternizarlo en su familia poniéndoselo a su hija primera. Pero… cosas de la vida, a la abuela Beatriz Lambert se le ocurrió empezar a llamar a la nena por su diminutivo, y se quedó Chita para toda la vida o, para sus 20 sobrinos carnales: la querida tía Chita, y para sus tres hijos: la inolvidable mamá Chita, a quien asistieron y acompañaron hasta el último día de su larga y entrañable existencia.

Sé que Carlos, Arturo y Beatriz Galindo Levet están profundamente tristes por la intempestiva y decembrina ida de su madre, pero también están resignados y consolados ante la seguridad de que ella vivió como quiso, cumplió su ciclo en esta vida y ahora se dispone a estar aún mejor en el lugar en el que esté.

De doña Ausencia Levet Lambert nos quedan muchos recuerdos: su voz femenina y cálida que era una caricia a los oídos de su vasta parentela; el amor por sus padres, por sus hermanos, por su esposo y por sus hijos, que nunca conoció la capitulación; su grata presencia que a pesar de los años siempre recordaba su juventud hermosa de muchacha sana y bien nacida.

Este jueves 17 en Martínez de la Torre -que fue el lugar que eligió para forjar su familia de gente honrada- la tía Chita regresó a ser abrazada por la tierra que tanto quiso, a la que tanto le dio y que tanto le dio a ella, según confesaba a las primeras de cambio.

La vamos a extrañar, vamos a sentir ese vacío cuando pasemos por su casa y ya no esté para saludarnos con su perfecto acento de Coapeche, lugar de la hacienda original de sus ancestros, en donde ella mantuvo su heredad y que ahora conservan sus hijos, mis queridos primos Carlos, Arturo y Beatriz, a los que les reitero la condolencia.

Ya no escucharemos la plática fresca y agradable de la tía Chita, pero al pasar por la casita de siempre sabremos que está finalmente en donde quería, y que no se quedó sola en este mundo, desde donde la extrañamos y le hemos dado el último adiós…

Que te vaya muy bien, tía, lo mereces.

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