El “tapado” oculto está

- en Opinión

Filiberto Vargas Rodríguez / Que no le digan, que no le cuenten… porque seguro le mienten.

Hoy nadie sabe aún -y que quede claro: ¡Nadie!- quién será el candidato del PRI a la gubernatura de Veracruz el próximo año.

No lo sabe ni el Presidente Enrique Peña Nieto, pues no se ha sentado con sus asesores a revisar ese tema.

No lo sabe el gobernador Javier Duarte, quien sigue en campaña para conseguir que su palabra sea tomada en cuenta al momento de las decisiones.

Menos lo sabe Manlio Fabio Beltrones, quien tiene en su agenda de pendientes el acuerdo sobre ese caso, pero habrá de desahogarlo cuando el presente año esté por fenecer.

Por tanto, es obvio que ni los senadores (José y Héctor Yunes), ni los legisladores federales (Érick, Alberto, Jorge o Adolfo), mucho menos los que andan “por la libre” como Buganza, o Montano, o Tomás Ruiz, tienen  claro por dónde va la línea.

Por el simple hecho de que aún no hay línea.

Todas las grillas que se construyen día con día en las redes sociales o en las columnas políticas, parten de suposiciones, de razonamientos individuales, de visiones parciales sobre lo que debería ser, en la carrera sucesoria.

El sentido común (elemento que suele escasear en la política mexicana) nos podría hacer pensar que el factor determinante para la definición del candidato será una medición seria, irrebatible, de las simpatías que tienen los aspirantes entre los potenciales electores.

Nada más lejano a la realidad. Los factores para la decisión son múltiples y muy diversos. Las variables se extienden hasta el infinito.

De por sí, la decisión de una candidatura como la del gobierno de Veracruz es complicada, ya que se hacen escuchar voces en todos los sentidos y se dejan sentir las presiones desde todos lados. Esta sucesión, en lo particular, es aún más compleja, pues la decisión que se tome para el 2016 impactará, sin duda alguna, al relevo del 2018.

A esta complejidad natural, causada por la circunstancia de que el próximo gobierno estatal durará sólo dos años, se agregan otros factores que también deben ser tomados en cuenta, como la severa crisis financiera que vive la actual administración estatal, el creciente rechazo social a las viejas estructuras políticas, el innegable problema de inseguridad y violencia que vive todo el país, incluido Veracruz, y la lucha real, palpable día con día, entre las huestes de la “fidelidad” y otros grupos políticos que se dicen hartos de que los pupilos de Fidel Herrera hagan de las suyas.

La primera exigencia al momento de definir al candidato del 2016, es que debe ser alguien capaz de ganar la elección. No importa que en las mediciones actuales ande con el 5% de conocimiento o de preferencia entre el electorado. Debe ser alguien que tenga acceso a la estructura electoral que ha ido construyendo Javier Duarte.

Esa sola circunstancia encarta a los legisladores federales que hoy se desviven para figurar en esa selva de 500 profesionales de la política.

El próximo candidato debe ser capaz de sumar. Debe tener las aptitudes para unir a los grupos políticos de la entidad en torno a un solo proyecto.

Debe, además, entender que su gobierno es de paso, de transición. Que tendrá entre sus tareas proteger a los que se van, y garantizar un piso parejo para los que pretendan llegar en el 2018.

Debe ser reconocido en el centro y muy conocido en el estado. Debe llegar con las uñas bien recortadas porque, además, no habrá ya nada qué robarse.

Debe emular a las tortugas ninja, con una gruesa concha que le ayude a soportar la andanada de insultos, ataques y grillas que se ganará de gratis, por el simple hecho de sentarse en la silla principal de Palacio de Gobierno.

Hoy nadie sabe quién será el candidato.

Si alguien le asegura que tiene esa información, le está mintiendo.

Tenga paciencia. Ya se sabrá.

Honremos al político tuxpeño Jesús Reyes Heroles, quien decía: “Para qué tratar de adivinar lo que pronto se va a saber”.

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