A mediados del siglo XX, exactamente en 1951, salió a la luz un texto que algunos críticos inmediatamente supusieron una novela, Memorias de Adriano de la escritora belga Marguerite Yourcenar. Aunque esté catalogada como una novela a mí no me lo parece. Si bien Memorias de Adriano relata parte de la vida del más esplendoroso de los emperadores romanos, Publio Elio Adriano, el texto es más bien un testamento, las reflexiones de un hombre ante el espectro de la muerte. Memorias de Adriano es una carta escrita donde el emperador expone a uno de sus sobrinos la trama intelectual y el soporte espiritual de sus acciones como ser humano y como emperador.
En cada capítulo de la novela Adriano reflexiona sobre las labores más cotidianas del ser humano: Comer, dormir, contemplar, construir, amar, odiar, perdonar, ejercer justicia. La lectura de esta novela nos hace más humanos, pero al mismo tiempo nos aleja de la mediocridad. Una persona que haya leído este documento a cabalidad no puede considerar que sea el mismo sujeto que inició su lectura.