Juan David Castilla Arcos / Xalapa, Ver. Simón Valle tenía 17 años cuando se tragó su credencial estudiantil para sobrevivir a la matanza de Tlatelolco.
Aquel 2 de octubre de 1968, había huido de los elementos del Ejército Mexicano que, a su juicio, asesinaron a diez mil estudiantes.
Corrió de Tlatelolco por todo el Eje Central hasta llegar al Teatro Blanquita.
«En el teatro nos detuvieron los granaderos y nos subieron a la Julia, la Julia era una camioneta panel sin vidrios color azul, dijimos: ya valió madre, hasta aquí llegamos. Nos despedimos, cerraron la Julia y se estuvieron un rato. De repente, abrieron la puerta y un oficial nos dijo: bájense. Nos bajamos, unas patadas atrás y nos fuimos, cerraron la Julia y se fueron, yo corrí con mucha suerte y como yo hay pocos».
Don Simón estudiaba en el Instituto Politécnico Nacional (IPN). Su grupo académico había decidido sumarse a los universitarios para defender la autonomía universitaria.
«Yo estuve en el lugar de la ejecución de Tlatelolco. Fui uno de los pocos que lograron escapar».
En su salón eran 54 alumnos hasta el día primero de octubre; sin embargo, el 8 de febrero, cuando regresaron a clases, sólo eran cuatro.
Él también tuvo que salir de la Ciudad de México por la persecución que ejerció el Estado después de la matanza.
Simón Valle recuerda que se hizo una cruz de dos metros en el piso con los casquillos derramados por militares.
El señor llora porque sus amigos fueron asesinados a sangre fría.
Aunque las represiones le dan pánico, continúa exigiendo justicia por lo ocurrido hace 50 años.
Simón Valle es propietario de una empresa constructora.
Cada vez que encuentra una calle con el nombre de Gustavo Díaz Ordaz, Luis Echeverría, Fernando Gutiérrez Barrios, Luis Cueto y Raúl Mendiola escribe “asesino” en los letreros.
«Están haciendo un monumento en Veracruz para Gutiérrez Barrios, por qué mejor no traen los restos de Díaz Ordaz», repudia con sarcasmo.
A su juicio, no debe haber monumentos ni calles que lleven el nombre de esos políticos.
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