Juan Villoro nunca quiso entender, nunca quiso escuchar, igual en su decadencia no lograba entender lo que le sucedía a su mentor y amigo. Villoro lo visitaba y decía que Sergio Pitol estaba bien. Incluso Villoro firmó una carta de respaldo a Rodolfo Mendoza y a ese grupo íntimo solicitando respeto a Sergio Pitol, como si los que estuvieron señalando la manipulación y abuso por parte del actual director de Difusión Cultural fuesen los abusadores, los malos del cuento.
Esa carta también la firmaron Elena Poniatowska, Margo Glantz, Jorge Herralde, Enrique Vila-Matas, Juan Villoro, Mario Bellatin, Juan A. Masoliver Ródenas, Alberto Ruy Sánchez, Álvaro Enrigue, Carmen Leñero, Francisco Hinojosa, Hernán Lara Zavala, Joaquín Díez-Canedo, Leticia Arroniz y Pedro Ángel Palou; pero ninguno se tomó la molestia de conocer bien el caso. Se dicen intelectuales, pero firmaron a lo pendejo. Las pruebas son más que contundentes.
Villoro lo supo, porque habló con la sobrina de Sergio Pitol quien le relató la trama macabra en la que envolvieron a su tío. Pero Villoro no entendió. Y como no entendió, aceptó la invitación, el hotel cinco estrellas, el pago y las atenciones de la Universidad Veracruzana, a pesar de saber que Rodolfo Mendoza, el abusador, y Sara Ladrón, la cómplice, lo invitaban para lavarse la cara con su nombre.
La dignidad de Carmen Aristegui no tiene vuelta de hoja. Ella sí escuchó, entendió, corroboró las pruebas. Fue por ello que rechazó la distinción que la UV le quería otorgar, también para lavarse la cara con su nombre, con su prestigio.
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