Ya lo dijimos, si López Obrador quiere ser presidente de México tiene que convencer a los indecisos desencantados. Pero para convencer a esos desencantados, se requiere de acciones responsables y congruentes, no sólo de palabras altisonantes, o de bravatas desde la inocencia en contra de los “culpables”. Hasta hace unos años al partido Morena no se le podía reprochar nada, porque no había ejercido el poder; eran incólumes y por la tanto una buena alternativa. Sin embargo, se ha visto ya el actuar de los diputados de Morena, tanto federales como locales.
Su sectarismo apesta, su cerrazón harta, su falta de voluntad da pena ajena. Repiten el mismo discurso de su “libro del mormón”, las mismas oraciones, las mismas mentiras, las mismas fantasías. Si López Obrador les dice que el mar es rosado, ellos lo pregonan a voz en cuello; si López Obrador dice que lo amargo es dulce, ellos echarían a sus hot cakes hiel. En nada ayuda la cerrazón y la falta de responsabilidad de la bancada de Morena en el Congreso de Veracruz.
Ellos se dicen congruentes, pero esa congruencia es mero dogmatismo sectario. Desilusiona escuchar sus argumentos que sólo son lugares comunes; altera escuchar sus propuestas que sólo son ocurrencias, cálculos financieros que hacen con los dedos de una mano, composiciones verbales que pretenden esconder su ignorancia. Por esa cerrazón sectaria ya se quedaron solos y por más que se revuelquen en su egoísmo, no podrán evitar que la reestructuración de la deuda se apruebe.
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