«Mejor es un muchacho necesitado, pero sabio,
que un rey viejo, pero estúpido»
No se trata de un exterminio. Los periodistas no son una especie en peligro de extinción. Tampoco son una especie a la que se deba procurar un santuario que nadie penetre para hacerles daño. Los periodistas son tan humanos como cualquier otro en su oficio. Los hay con sus defectos, con sus virtudes; los hay con una ética inquebrantable, los hay quienes se doblan al primer “cañonazo”. Los hay quienes tienen precio (sobre todo esos que pregonan «que no se venden»), los hay quienes no tienen precio. Los hay quienes cursaron una carrera de periodismo, los hay quienes se hicieron en las conferencias de prensa, en las mesas de redacción. Los hay con sus vicios, muy sus vicios; los hay sin vicios (yo desconfío mucho de esos); los hay ricos, los hay pobres; los hay quienes escriben bien, los hay quienes escriben mal. Los hay quienes mendigan un billete de 50 pesos, los hay quienes no se conforman con un millón de pesos. Los hay quienes se venden para golpear a otros periodistas (esos son los peores). Los hay quienes aparecen en cadena nacional, los hay quienes publican un pequeño periódico local. Los hay quienes tienen premios, los hay quienes no tienen premios; los hay quienes quieren premios, los hay quienes les da lo mismo no tener premios.
El periodismo es una labor social; el periodista está para contribuir a que la sociedad esté mejor informada para así forjar criterios que ayuden a las personas a tomar buenas decisiones. El periodismo contribuye a que el Estado cumpla con la obligación que tiene de informar, de informar con la verdad. Cuando el Estado pretende informar mentiras, el periodismo debe mostrar una faceta que no a todos agrada, la crítica. También, cuando los funcionarios públicos se ocupan en transgredir las leyes del Estado, el periodista surge para denunciar ante la opinión pública esas transgresiones; en ese momento el periodismo se convierte en un trabajo riesgoso.
¿Por qué nos duele tanto cuando matan a un periodista? Dicen los funcionarios insensibles: Matan más policías que periodistas. Cierto, mueren más personas por el tabaco en el mundo; más gente muere en los hospitales o en accidentes de carretera.
Entonces, ¿por qué nos duele tanto cuando matan a un periodista? Porque un periodista no debería morir por hacer bien su trabajo; un periodista no debería morir por denunciar un hecho ilícito; un periodista no debería morir por ser testigo de las mentiras de un gobernante. Cuando un periodista muere y los responsables de esa muerte alzan los brazos triunfantes, la impunidad se fortalece, la democracia se debilita y las instituciones se van al diablo.
No es casualidad que Veracruz sea un estado al borde del desastre. Entre las entidades de este país, Veracruz es el estado en donde más periodistas han muerto. En el mundo Veracruz es considerada una provincia donde el oficio del periodista está catalogado como uno de los más peligrosos (ver nota).
En Veracruz se mata periodistas y se inventan responsables; en Veracruz se mata periodistas y los funcionarios dicen que somos unos exagerados; en Veracruz se mata periodistas y los asesinos acuden al funeral.
¿Por qué nos duele tanto cuando matan a un periodista? Porque somos periodistas y cuando matan a uno, algo en nosotros también muere.
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