Arturo Reyes Isidoro / Vaya semana horribilis la que ha tenido Javier Duarte.
En medio de una tormenta como no la tuvo nunca otro gobernador en la historia de Veracruz a punto de concluir su mandato, será la Procuraduría General de la República (PGR) la que determine si es o no culpable de los señalamientos que se le hacen.
Desde hace mucho, porque su situación no es nada nueva, me he venido preguntando si ante tanta presión social y mediática que lo descalifica por casi todo lo que haga y diga todavía tiene humor para gobernar.
Creo que incluso hasta se puede cuestionar si realmente ha estado gobernando en los últimos meses, porque todo parece que es la inacción la que lo caracteriza.
¿Resultó, es tan mal gobernante como casi todo mundo lo acusa que es? ¿Es que no tiene nada rescatable, algo que atenúe así sea en mínima parte la paliza mediática y en las redes sociales que recibe un día sí y otro también?
Duarte, como dice el dicho, en mucho en el pecado lleva la penitencia: no tuvo el tino, o no le interesó, con hacerse de un equipo profesional que se encargara de su imagen personal y mediática, así como tampoco de su gobierno.
Hoy la imagen que proyecta es la de un hombre solo, abandonado a su suerte así como a sus ocurrencias por quienes formaron su círculo cercano, defendiéndose como puede sólo a través de mensajes de tuit.
Se antoja, es obligado preguntar: ¿y dónde está el coordinador general de Comunicación Social, su vocero también? Él es quien debiera estar dando la cara en este momento y haciendo los alegatos necesarios tanto para defender a su jefe como para evitar que éste se exponga directamente al golpeteo de los medios que lo tienen prácticamente sangrante y en la lona.
Cumplir una política de comunicación social no es estar respondiendo o golpeando a tuitazos a Miguel Ángel Yunes Linares.
Casi toda una vida me pasé en esa área del gobierno y me sorprende cuando pregunto a muchos compañeros y compañeras que trabajan ahí que dónde está el coordinador, que dónde anda, qué hace, y nadie me sabe decir nada.
Lo que me han comentado es que desde abril pasado cuando regresó al cargo prácticamente nunca lo han visto en su oficina y que incluso el Jefe de la Unidad Administrativa de la Coordinación, Humberto Benítez Pérez, su hombre de confianza, sólo ha ido dos veces en seis meses.
Carlos Loret de Mola, conductor titular del noticiario “Despierta” de Televisa, que ha estado exhibiendo anomalías y acusaciones contra el gobernador y su administración, ha sido insistente en invitar a Duarte a que se presente en el estudio para que dé su versión, o ha dicho que buscó alguna versión oficial sobre algún tema y que no ha tenido respuesta.
Ése es el trabajo que debiera estar haciendo el coordinador, pero el área está muerta desde hace mucho. Improvisación, soberbia, persecución y represión contra algunas voces, falta de diálogo, puertas cerradas, incumplimiento de compromisos publicitarios han sido, entre otras, sus características, con la excepción de cuando pasó por ahí Juan Octavio Pavón.
Duarte está en manos de nadie en el manejo de medios. Las consecuencias las paga a diario. El miércoles vimos cómo incluso tuvo que ser el Secretario de Gobierno quien saliera a responder indirectamente a Loret mediante conferencia de prensa en la que el titular de la Coordinación brilló por su ausencia.
En parte, pues, Duarte tiene lo que se merece.
Balance negativo
¿Hay que esperar hasta que termine este gobierno el próximo 30 de noviembre para hacer un balance de sus resultados?
Por primera vez en la historia de Veracruz, no.
¿Alguien duda que a nueve semanas y media de que concluya su gestión ya se puede concluir que el saldo es negativo?
En realidad, al gobierno de la prosperidad le quedan efectivas cinco semanas, la que resta de este mes y las cuatro de octubre, porque las de noviembre serán ya las de entrega-recepción.
El 1 de diciembre de 2010, primer día de su mandato, Javier Duarte quiso inaugurar su imagen de gobernador constructor yendo a poner la primera piedra de lo que sería la autopista Tuxpan-Tampico.
Seis años después, a punto de irse, lo que intentó ser la gran obra del sexenio no pasó de 200 metros de trabajos iniciales del total de 180 kilómetros de longitud que comprendía, que pronto quedaron en el olvido y que hoy son un monumento a la inoperancia en materia de obra pública que caracterizó a este gobierno. Ni siquiera un kilómetro se avanzó y se terminó.
“… quise iniciar con el pie derecho con esta gran obra porque es un compromiso que establecí con mi gente y que hoy vengo a cumplir”, dijo el entonces recién estrenado gobernador. Sin duda, termina con el pie izquierdo.
El boletín de prensa de aquella fecha decía que se trataba de un “proyecto deseado por décadas que detonará inversión privada, empleo y mayor desarrollo en esta región norveracruzana”.
La autopista, que uniría a Tuxpan con Tampico “de manera ágil y segura al diseñarse a 12 metros de ancho, para alojar 2 carriles de circulación, que hará posible su recorrido a una velocidad aproximada de 110 km/h”, tendría una inversión de 3 mil 500 millones de pesos, y por ella transitarían en promedio alrededor de 3500 vehículos diariamente donde se tendría un ahorro de tiempo de 60 minutos y otro de distancia de 17 kilómetros.
Para los norveracruzanos, para nuestros huastecos, todo quedó en un sueño; para el gobierno, sólo en una buena intención.
¿Acaso aquel acto, cuando tenía apenas unas cuantas horas de que había rendido protesta, llevaba ya implícito el mensaje político de que Alberto Silva Ramos, el alcalde electo de Tuxpan entonces, sería su candidato a sucederlo en 2016 y por eso lo distinguía?
El fracaso fue rotundo: hoy no hay ni autopista ni sucesor amigo, ni coordinador de Comunicación Social.
Pero el gobierno próspero también anunció con bombo y platillo la construcción de la autopista Córdoba-Xalapa.
Programada desde el gobierno de Fidel Herrera, por fin Javier Duarte dio el banderazo de inicio en febrero de 2013, luego de que en diciembre de 2012 había adjudicado la obra directa por 2 mil 300 millones de pesos para construirla. En los hechos, nunca se iniciaron los trabajos.
Una obra que no era suya pero con la que pudo haberse parado el cuello y tenido algo que entregar al final de su mandato fue el túnel bajo el río Coatzacoalcos.
El pasado 27 de enero, al recorrer la obra, dijo que se concluiría en octubre, el mes que viene. El pasado 1 de septiembre, el diputado local Francisco Garduza Mazariegos declaró que le habían anunciado formalmente que la obra no se concluiría en esta administración y que tal vez ni en 2017 por “complicaciones técnicas”. No obstante, el pasado 30 de agosto se informó que Duarte piensa hacer un acto de inauguración antes de que se vaya. Sería una insensatez.
El pasado viernes, el Secretario de Salud, Fernando Benítez Obeso, confirmó que el gobierno de Duarte tampoco pudo terminar la llamada Torre Pediátrica del puerto de Veracruz, que dejó inconclusa su antecesor Fidel Herrera, y que sería otra gran obra, como tampoco se concluirá el Hospital de Especialidades en Síndrome Metabólico de Coatzacoalcos que se inició en este sexenio. Resumió que serán 12 las obras que dejarán inconclusas.
Y como esas, muchas otras más. ¿En dónde quedó el dinero que se tenía programado para todas esas obras?
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