Dr. René González Levet (+)

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- en Opinión

Sergio González Levet / Después de haber peleado férreamente durante más de 20 años contra seis cánceres, y haberlos vencido todos de una manera u otra, ayer entregó su alma al creador mi hermano mayor y único, el doctor ortodoncista René González Levet.

Seis cánceres, uno tras otro, que se le vinieron encima después de haber vivido 52 años prácticamente en plena salud, porque en el año 2000 su historial médico apenas si alcanzaba a reportar un asma alérgica que sólo se le presentaba en lugares húmedos y fríos como Xalapa, y lo dejó hacer una vida normal y caótica como la de todos los habitantes de este planeta que no padecen males graves, los que dicen que son mayoría aunque no es cierto.

En diciembre del primer año del tercer milenio supimos que se le había enconado el primer cáncer, una leucemia linfoblástica aguda que le incordió el pericardio y por poco se lo lleva para siempre por una insuficiencia del corazón. Aquella primera vez estuvo en terapia intensiva en el Instituto Nacional de Cardiología y fue viendo cómo se iban muriendo los otros pacientes que estaban ahí. Pero el sobrevivió, y aguantó la primera quimioterapia que no le hizo nada y la segunda con otras dosis que finalmente hizo que remitiera ese primer mal.

Y de ahí empezó su égida por hospitales y consultorios, por laboratorios y curanderías, porque mi hermano que yo tanto quería iba a todas en su afán de ganarle la espalda a la enfermedad, a los cánceres. Es que una vez superada la leucemia, padeció de todas las neoplasias que usted se pueda imaginar, si sabe qué es eso, y a todas les ganó con su humor invicto y perenne, que muchos llegaron a pensar que era superficialidad y en realidad no fue más que el asidero de una fuerza orgánica descomunal y unas ganas de vivir que lo hacían ser feliz en medio de los bisturís y las quimios y las radioterapias y los piquetes en los brazos y en donde se pudiera, que terminaron por acabarle las venas, de tanto sacarle sangre para hacerle estudios y tanto meterle sueros para ganarle al temible padecimiento.

Con el bisturí le quitaron varios ganglios infectados y un pedazo considerable de intestino, así como dos tumores en el cerebro, pero nunca lograron borrarle la sonrisa ni las ganas de vivir a todo pulmón.

A mi hermano René lo desahuciaron varias veces en esos 23 años de su batalla contra los tumores malignos, pero él siempre salió airoso, como lo vimos a los pocos días de que le habían sacado un tumor del tamaño de un durazno de la cabeza:

—Me preguntan cómo me siento después de la trepanación —bromeaba mientras bailaba en la boda de su segundo hijo varón, Rodrigo— y yo les digo que como me decía un profesor de la prepa cuando le pedía un permiso imposible: “Estás operado del cerebro”.

Ayer René se fue de entre nosotros para alcanzar a doña Irene y al doctor Camilo en el cielo en donde están. Junto a él sus hijos queridos y su esposa -René, Rodrigo, Beatriz, Violeta- estuvieron hasta el último respiro de este gran guerrero que hizo una de las grandes hazañas de este mundo: vencer hasta seis veces a la enfermedad más canija de la historia.

Te recuerdo hermano y te quiero. Descansa en paz.

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