Jesús J. Castañeda Nevárez / Es en la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1989 cuando se establece el primer documento que señala los derechos que todas las niñas, niños y adolescentes, sin ninguna excepción tienen y que su cumplimiento es obligatorio para todos los países que la firmaron, incluido México.
A partir de ahí los niños dejaron de tener derechos de dicho para tener derechos por escrito, tan así, que muy pronto comenzaron a darse algunos cambios importantes en nuestra sociedad, que llegaron a trastocar la forma de autoridad familiar, cambiando la férrea disciplina del hogar y el ejercicio de autoridad del padre en sus funciones de impartidor de justicia con cinturón en mano.
Se viven ya otros tiempos y la estructura familiar también es otra. Ya no existe la autoridad de los padres; hoy la ejercen los hijos. Ya no se pide permiso, sólo se avisa. Ya no hay hora límite de llegada, porque los padres se conforman con que los hijos “lleguen” sin importar en que “estado”.
Los pilares de la familia, Padre y Madre fueron menguando y hoy están a punto de ser destruidos en lo poco que les quedaba. Porque la legislación moderna pretende “insertar” una nueva figura que termine de aniquilar la frágil concepción de lo que alguna vez significó el soporte principal de la sociedad: El matrimonio, los padres, la familia.
El presidente Peña Nieto envió una iniciativa al Congreso de la Unión para elevar a rango constitucional el matrimonio entre personas del mismo sexo, lo que significa en la práctica un nuevo “modelo” de familia a la que se le otorgan los mismos derechos que a las parejas heterosexuales, con base entre otros argumentos al “respeto a los derechos humanos” de grupos que han pasado por algún tipo de discriminación.
Esto sucede en el momento en que los nuevos matrimonios disminuyen; los divorcios aumentan; la unión libre ha venido a ser una forma de constituir “familias light” con compromisos light, lo que no representa necesariamente una garantía para los niños, los que vienen a ser los principalmente afectados por ésta moderna práctica de los adultos.
Miles de adolescentes hoy, carentes de la dirección paterna, se hunden en vicios que los destruyen, elevando una nueva estadística de muertes juveniles a niveles alarmantes, sea por causa directa de las adicciones o por desapariciones forzadas relacionadas a la misma razón.
Y pareciera que la nueva iniciativa tiene el objetivo de terminar con toda figura de orden histórico para elevar una nueva forma de “papá-papá” o “mamá-mamá” como para darle “mayor certidumbre” y fortaleza a la nueva construcción de la ética y valores de los nuevos niños. (no logro imaginar que resultará).
Las personas adultas pueden hacer con su vida un papalote y echarlo a volar. Pueden resolver sus ímpetus sexuales de la forma que quieran, pero sin incluir ahí a los niños. Y si se pretende meterlos en paquete para favorecer a adultos que desean tener una vida de convivencia con alguien de su mismo sexo, recomiendo a los Legisladores a que consideren los 54 artículos y dos Protocolos Facultativos de los derechos de los niños que estableció la Asamblea General de las Naciones Unidas y que elaboren una encuesta con los niños para saber si les gustaría que su papá se volviera “mamá” o viceversa; porque ese es uno de sus derechos: ser escuchados.
Los pro modernistas, pueden estar a favor del matrimonio gay y que estas parejas puedan adoptar, pero no pueden ignorar que los niños también tienen derechos. Los servidores públicos pueden tener “otra preferencia” legislativa, pero hay Derechos de los Niños que deben ser su prioridad cuando piensen en el diseño de nuevas leyes.
El México del nuevo rumbo precisamente parece carecer de rumbo y poco a poco la celebración de las 11 Reformas se va apagando para dar lugar a voces que reclaman la revisión de estas y un nuevo diseño de país. Porque con la pésima reforma educativa y ahora el tema de matrimonios igualitarios vamos a terminar de deformar los niños del mañana. Ese es mi pienso.
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