Jorge Flores Martínez / Una de las causas que llevó a Andrés Manuel López Obrador a la presidencia fue la de encabezar y administrar la indignación nacional. Cualquier asunto, por irrelevante que fuera, se le encauzaba como una cruzada de indignación nacional.
Fueron muchos años de administrar la indignación donde recibíamos instrucciones claras y precisas sobre lo que debíamos estar indignados, con quién, cómo y cuánto. Desde los tropiezos de Fox, pasando por Calderón y terminando por los escándalos de corrupción de Peña. Todo sirvió para construir una narrativa de indignación absoluta y total. Los mexicanos debíamos estar indignados, el mejor votante es un votante indignado.
Administrar la indignación era una estrategia adecuada como oposición, una vez en el poder caducaba pronto. El tiempo ha pasado, el discurso de echar culpas a los anteriores es cada día menos creíble, las responsabilidades se tienen que asumir, después de todo, justamente de eso se trata el asunto de ejercer el poder.
Administrar la indignación empezó a ser un cuchillo de doble filo sin empuñadura, cualquier llamado a la indignación de los mexicanos representa un corte en la mano, así que inició con el discurso breve pero eficaz de marcar la diferencia de ellos con los otros, “no somos iguales”, repite incansablemente.
El problema radica en que para no ser iguales se parecen mucho, los escándalos de corrupción son la marca de la administración, los gustos por el lujo y el boato son evidentes y los casos de influyentismo y corrupción son noticia de todos los días.
Para ellos el lujo, el dinero y el derecho de ser aspiracionistas. Propiedades en Estados Unidos, coches de súper marcas, relojes de colección, viajes de ensueño son la recompensa de su incansable lucha por los pobres. Para todos nosotros: un par de zapatos, un plato de frijoles y la honra de ser pobres.
Los políticos saben que crear prosperidad y riqueza en sus pueblos no es fácil, lo sencillo es destruir todo y construir con los escombros un discurso del pobrismo. Solo el pobre es honrado y bueno, la única moralidad posible es en la pobreza. El discurso es perfecto, prácticamente no tiene fisuras, y las pocas que tiene, pasan inadvertidas para la mayoría.
Es imposible o muy difícil argumentar contra el pobre o los marginados, pero esa es justamente la trampa, así no se construye un país prospero, lo que se está construyendo es un país de pobreza.
Otra de las trampas es que, en su amor infinito por su pueblo, los líderes amados nos dejan la pobreza como su legado, mientras ellos, sacrificadamente, viven en la pecadora e inmoral opulencia. No pueden permitir que su amado pueblo viva en el pecado de la riqueza. Se acaba el cuchillo de doble filo, sus lujos y riqueza son el sacrificio que ofrendan para alejarnos a todos del infierno de la prosperidad inmoral.
La magia, aún cuando es tan perfecta y sencilla se agota. Al mejor mago se le descubre el truco en el algún momento. Los cubanos ya descubrieron el truco, el problema que para ellos es muy tarde, ya no pueden ni los dejan salir del “paraíso” de pobreza en los que los obligaron a vivir.
Mientras sus líderes viven en la opulencia del capitalismo pecador.
Pero todo es por amor al pueblo.
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