Patricia Pineda Levet

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- en Opinión

Sergio González Levet / Mi prima Patricia, hija de mi querida tía Esther -la mujer más divertida del mundo- era un mar de tranquilidad que pacía en su corazón o era un corazón tranquilo que descansaba en una mar sedente y tierna (uso el femenino con toda intención).

Nacida en Misantla y crecida en Martínez de la Torre como otras gentes de bien que conozco, llegó también a Xalapa a culminar sus estudios profesionales y se convirtió en una excelente alumna de la Facultad de Comercio y Administración de nuestra Universidad Veracruzana. Después fue una estimada catedrática, toda una maestra reconocida para muchas generaciones de contadores y administradores que la recuerdan como una docente enterada, paciente, didáctica, la que les enseñó varios secretos de los números y de sus combinaciones posibles para descubrir malas y buenas acciones, funciones o delegaciones.

Apenas hace una semana, mi prima Paty, que derrochaba salud en su apariencia, sufrió un accidente vascular grave, perdió el sentido y cayó sobre el piso de su recámara. La ciencia no pudo hacer más por ella y cayó en un coma profundo, aunque siguió luchando por la vida, por el respiro, hasta que su organismo no pudo más y entró a la Casa del Padre el pasado domingo en la noche, trayendo desconsuelo y pena a su esposo Salvador Campos y a sus hijos Alejandra, Salvador y José Pablo, por lo temprano de su partida y por lo excelente esposa y madre que siempre fue.

No, a ella no la mató la Covid-19 ni las malas costumbres alimenticias en que tantos caemos. Toda la vida se conservó esbelta, siempre fue frugal en sus consumos y en su vida. Falleció tal vez de un problema hereditario. Su padre, el doctor Roberto Pineda Landa, también padeció una grave embolia que lo mantuvo atado a una silla de ruedas los últimos años de su existencia.

Pero Patricia era hija de la tía Teche, doña Esther Levet Lambert, una muy buena segunda madre para mí y para mi hermano, que tuvimos una primera de primera.

Y era tan buena madre que tuvo muchos hijos, tantos como siete. Seis le sobrevivieron y ella tuvo que supervivir al accidente que le arrebató a su primogénito, Roberto Stelio, cuando tenía 18 años apenas. Pero tuvo alientos ara insuflar vitalidad y ánimo a mis otros primos: Patricia, Esther, Paco, Martín, Beatriz, Gloria, Irene.

Hoy se ha ido la mayor que quedaba de esta familia querida. Fue una ciudadana de bien, una veracruzana que puso su grano de arena como todos lo hacemos (menos un grupúsculo de insensatos en el poder) para que este estado sea el mejor de México, del mundo y del universo.

Hoy la quise recordar como lo haremos en adelante quienes la conocimos y la quisimos. Y en medio de la pena, a todos nos queda el consuelo de que está mejor allá arriba, pasándola muy bien con su adorada madre.

Qué divertida se deben estar dando

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