Si los soldados hubieran disparado en contra de los pobladores de La Huacana, Michoacán, se hubiera generado una masacre del tamaño de Ayotzinapa. Pero los soldados optaron por la prudencia y no dispararon a los pobladores armados que habían bloqueado la entrada al pueblo donde se habían dado enfrentamientos entre grupos de sicarios. Los pobladores, entre ellos los mismos sicarios, se aprovecharon de la prudencia de los soldados y los tomaron como rehenes, los desarmaron, los humillaron y obligaron a llamar sus jefes para que les regresaran las armas que les habían quitado a los “pobladores”, que en realidad son los grupos de sicarios que anteriormente se habían enfrentado.
A seis meses de que López Obrador tomara las riendas del país, algo está ocurriendo en la mente de algunos pueblos. El presidente ha dicho que no se utilizará la fuerza pública en contra de la población, ante esta premisa los pobladores están abusando, y los grupos de criminales se están aprovechando de ello. Lo vimos en el caso de la toma de Pemex de Tlahuelilpan, Hidalgo.
Antes de la explosión, los soldados llegaron para retirar a la población y los propios huachicoleros, infiltrados como civiles, se enfrentaron a los soldados, animándolos a que se bajaran a darse “un tiro”; pero los soldados no lo hicieron, dejaron que las cosas sucedieran y ya sabe usted el final. Algo se debe hacer para que esto no se repita, para que los delincuentes no se aprovechen de la población que los protege ya sea por miedo o por conveniencia.
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