Jesús J. Castañeda Nevárez / Un ejercicio natural de los viejos es el tratar de recordar su vida, sus vivencias, sus experiencias infantiles, las travesuras de adolescente, las aventuras juveniles, el encuentro con el amor, los planes a futuro, el arribo a la edad adulta, el matrimonio, los hijos, las carreras al médico con los hijos, sus primeros pasos, su educación, los consejos basados en nuestras propias experiencias y de pronto descubrir que la juventud de ahora ya no se parece nada a lo que fue la nuestra.
Porque tampoco hay ya ninguna relación con el mundo nuestro y el que hoy les toca vivir a nuestros hijos.
Nada que ver de las tardeadas de ayer con los antros de hoy; obviamente tampoco lo hay con lo que se tomaba ayer y lo que nuestros hijos se meten hoy día.
La reflexión del breve recorrido es simple: nosotros somos lo que vivimos y éste es el resultado; por lo tanto, lo que hoy viven nuestros hijos dará como resultado algo completamente diferente a lo que quisiéramos.
Unas líneas del escrito de Dorothy Law “Los niños aprenden lo que viven” puede darnos una idea de lo que pudiera resultar con nuestros hijos:
· Si los niños son educados entre reproches, aprenden a condenar.
· Si son educados con hostilidad, aprenden a ser agresivos.
· Si viven con miedo, aprenden a ser aprensivos.
· Si viven entre mentiras, no aprenden el valor de la verdad.
· Si son tratados sin amabilidad, nunca aprenden a respetar a los otros.
· Si los niños crecen en un entorno de seguridad, aprenden a no temerle al futuro.
· Y si viven sus años más tempranos rodeados de amor sincero, aprenden que el mundo es un maravilloso lugar donde vivir.
Los viejos pasamos la infancia jugando futbol en la calle, dando vueltas a la manzana correteando una llanta, jugando canicas, trompo, balero, etc., en juegos colectivos con un alto valor de competencia que, si se calentaban los ánimos, con una tanda de fregadazos se resolvía y volvíamos al juego, esa era la máxima expresión de violencia, porque las pistolas, el arco y flechas de dardos eran parte de un juego que nunca tuvo el objetivo de matar.
Pero hoy la tecnología les ha proporcionado a nuestros hijos otra forma de jugar y de construir en la mente y el corazón infantil un catálogo de principios y valores muy alejados a lo que quisiéramos que se reflejara en su vida adulta.
Un día me detuve a observar a qué jugaba mi hijo menor y noté que en la pantalla movía una imagen de una mira telescópica la cual trataba de centrarse sobre un objetivo que se encontraba en un edificio y de pronto ¡¡PUM!! y la cabeza de un individuo estalló esparciendo sangre en su entorno. Observé su cara de satisfacción y triunfo que esperaba mi reconocimiento. Ese día entendí por qué hay tantos crímenes y porqué tantos jóvenes matan y mueren en forma tan normal que parece un juego.
Escuchar en tu casa expresiones de ¡¡mátalo, mátalo!! ya no alarman a nadie, porque es el niño que está jugando y se está acostumbrando a matar sin sentir remordimiento.
Si los niños aprenden lo que viven, definitivamente también los niños vivirán lo que aprendieron, así que si no has visto a qué juegan tus hijos, es hora de que lo hagas, antes de que sea tarde. Es mi pienso.
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