¡Ah, la dulce ironía de la familia presidencial! Andrés Manuel López Beltrán y sus hermanos, guardianes intachables del legado “austero” de su padre, se indignan hasta las lágrimas ante la mera mención de unos amparos promovidos a su favor: «En ningún momento, ni mi hermano Gonzalo ni un servidor tramitamos ninguna demanda de amparo». Los hijos del expresidente López Obrador dijeron que todo se trataba de un complot para desprestigiarlos.
¿Por qué? Porque, claro, alguien malintencionado (¿oposición? ¿fantasmas judiciales?) osó blindarlos contra órdenes de aprehensión inexistentes, vinculándolos a un escándalo de huachicol fiscal que huele a combustible robado… y a privilegios heredados. «¡No los pedimos, es calumnia!», gritan, mientras la presidenta Sheinbaum clama por investigar a los culpables invisibles.
Pero he aquí el remate tragicómico: los jueces, en un arranque de eficiencia “reformada”, les conceden de todos modos los amparos. ¿Resultado? Protección gratis, sin esfuerzo ni firma. En el México de la “justicia expedita”, hasta los escándalos vienen con servicio a domicilio. ¿Indignación genuina o alivio disimulado? Solo los hijos del “austeridad republicana” lo saben… o fingen no saberlo.
