Iván Daniel Montero García /
* Este texto para despedirte ma
Mi madre partió hace dos años, y dos años he tardado en terminar este pequeño texto. Tenía ganas de escribirlo cuando mi mamá todavía vivía pero no quería que al leerlo, ella lo tomara como una despedida y que dejara de luchar, como nunca lo hizo hasta el último instante.
Existen muchas formas dignas de morir y la más digna es hacerlo rodeado de tus seres queridos, y así fue cómo se nos adelantó mi mamá a aquel lugar en donde todos, sin excepción, nos vamos a reencontrar.
Ahí con ella estábamos, mi abuela siempre inseparable; Nercy, hermana y confidente de toda la vida; Alan, al que quiso como un hijo y quien fue en sus últimos meses su enfermero de cabecera; Sarah, sin la cual yo no habría podido resistir los once meses más difíciles de mi vida; y mi tía Vero, quien a pesar de la distancia siempre guardaba una buena amistad con mi madre.
Justo en esos momentos sonaba en la televisión Las mil y una noches de las Flans, una de las favoritas de mi mamá, supongo que le recordaban, como dicen, sus años mozos. Lo recuerdo nítidamente porque esos instantes han sido el principal obstáculo para escribir este texto en honor a Mónica, mi mamá.
“¿Qué hiciste, hijo?” Fue su último mensaje de WhatsApp que recibí de ella y que sentí que era realmente ella, la de siempre, no la que luchaba contra una enfermedad durísima y la cual la mantenía adormilada para sobrellevarla.
Preocupada, me había mandado ese mensaje porque se encontraba en el hospital y sabía que yo del otro lado del mundo había agotado vacaciones, permisos y autorizaciones para poder volver a México y verla. Esa era mi madre, siempre se preocupaba más por los demás que por ella misma.
Le respondí que no se preocupara que yo llegaría donde ella y que nos veríamos seguro pero que mientras se cuidara. Así volví a Xalapa para verla y pasar los últimos once días juntos.
Pero esos últimos momentos no definen lo que era mi mamá. Ni si quiera los últimos meses y semanas. Mónica era más que eso, mucho más si tomamos en cuenta lo poco que esos días equivalen a los 55 años que vivió con nosotros y los 36 años conmigo.
De ella mamé muchas cosas, como siempre perdonar y aceptar cuando te equivocas. También a ser orgulloso, pero humilde a la vez, aunque suene a oxímoron. Me educó a tratar de ayudar siempre a los demás. Me enseñó a siempre tener la mente abierta, ella siempre fue progresista, antes de que se pusiera de moda serlo.
Me mostró con el ejemplo la perseverancia, terminó la universidad a los 54 años, luego de tener poco tiempo por haber trabajado desde los 17 años hasta el diagnostico de su enfermedad.
Le encantaba imitar voces, ademanes y gestos de famosos, extraños y conocidos. También se lo aprendí eso, todavía recuerdo cómo se carcajeaba cuando yo imitaba sus muecas.
Aquí podría continuar por siempre enumerando sus atributos, y defectos, porque claro que no era perfecta. Pero al recordarla como dicen los sabios, la mantenemos viva en la memoria, en lo espiritual, aunque físicamente ya no esté.
Dicen que cuando alguien está a punto de morir el último sentido que pierde es el oído, así que en esos últimos momentos antes de que se nos fuera, lo único que pude decir fue que estuviera tranquila que pronto se reencontraría con su papá Efrén que tanto quería y que también partió muy joven.
He tratado de decir gracias a todo el mundo que estuvo con nosotros en esos meses tan difíciles, y si no, gracias de corazón otra vez.
Si allá en el cielo desde donde me ve me pregunta “¿Qué hiciste, hijo?” diría que tratar de seguir su ejemplo y los valores que me inculcó, vivir feliz y recordar los buenos momentos para tenerla presente siempre.
