El libro ha sobrevivido a las tantas agresiones que se han fraguado en su contra. Por ejemplo: el incendio de la biblioteca de Alejandría, la quema de Biblias en la inquisición, el absurdo del Emperador Amarillo en China, quien decide quemar todos los libros anteriores a él, pretendiendo con esto que la historia iniciara a partir de su persona. Borges alguna vez afirmó haber soñado el Paraíso como si éste fuera una gran biblioteca. Yo no llego al extremo de imaginar el Paraíso como una gran biblioteca, pero eso sí, no puedo imaginar el Paraíso sin libros.
Pero el libro se hace estéril si no se toma, se abre y se lee. Tengo que admitir que me cuesta salir de una librería sin haber comprado siquiera un libro. En ocasiones me paso horas enteras mirando sus portadas, palpando la lisura de sus lomos, sintiendo el grosor de sus páginas, escuchando el sonido que ocurre cuando doy vuelta a la hoja, leyendo las cuartas de forros, oliendo la tinta seca acumulada, percibiendo el aroma de sus interiores húmedos, madera pretérita que ya no es, celulosa, savia, tinta, cuero…

