Entonces Gabriel mira hacia la ventana y ve caer la nieve: «Caía nieve en cada zona de la oscura planicie central y en las colinas calvas, caía suave sobre el mégano de Allen y, más al oeste, suave caía sobre las sombrías, sediciosas aguas de Shannon. Caía, así, en todo el desolado cementerio de la loma donde yacía Michael Furey, muerto. Su alma caía lenta en la duermevela al oír caer la nieve leve sobre el universo y caer leve la nieve, como el descenso de su último ocaso, sobre todos los vivos y sobre los muertos». Pensaba en eso antes de subir al auto. Acababa de leer un mensaje en donde me anunciaban la muerte de Dionisio Pérez Jácome; también recordé que días antes había muerto el Dr. Carlos García Méndez.
En todo eso pensaba cuando subí al auto y por eso dije: «Se está muriendo la gente». Le tuve que explicar a mi acompañante que para mí, la nieve del cuento de Joyce era el tiempo, el tiempo que cae suave sobre el mégano de Allen y sobre las sombrías, sediciosas aguas de Shannon. El tiempo cae sobre el desolado cementerio de la loma donde yacía Michael Furey, donde ya descansa Carlos García Méndez, donde mañana descansará Dionisio Pérez Jácome. Tal vez, hace cien años, Joyce leía este cuento a sus amigos en Dublín, mientras caía la nieve. Cien años después yo le explicaba este cuento a mi acompañante, mientras la llovizna caía sobre el parabrisas del auto. Quizá, dentro de cien años, cuando yo ya no esté, alguien le contará este cuento a otra persona. Porque la nieve cae leve sobre el universo, «sobre todos los vivos y sobre los muertos».