Jorge Flores Martínez / Lo sagrado tiene varios niveles de expresión, el primero es la historia sencilla y comprensible, donde, a forma de relato, se cuenta una historia asimilable para todos. Es el caso de la Virgen de Guadalupe, la historia de su aparición es bella, prácticamente perfecta, un indito que en su profunda humildad tiene que convencer a los altos jerarcas que la Virgen se le apareció.
Este relato no es una verdad histórica, no hay la menor evidencia de la existencia de un indio Juan Diego y Fray de Zumárraga se tiene registrado que en esas fechas no se encontraba en la Ciudad de México, es más, de todas las relaciones escritas que dejó Zumárraga, no hay nada sobre la aparición de la Virgen de Guadalupe en esos años.
Los antecedentes de la Virgen se pueden tener en el mismo Hernán Cortés, que, como buen extremeño, era devoto de la Virgen de Guadalupe, pero la de Extremadura, España, la que, por cierto, es morena y tiene al niño Dios en brazos. Cortés como extremeño, decide que la peregrinación a su Virgen la hará a un cerro cercano a la ahora Ciudad de México, que resulta ser el de Tepeyac.
Cortés escogió el cerro de Tepeyac, donde desde siglos se veneraba una deidad que era la madre de los dioses y madre de Huitzilopochtli, la que por cierto, queda encinta de él al caer una pluma del cielo, una concepción divina. El mismo cuento, el mismo relato de lo sagrado.
Los mexicas derrotados después de la conquista se encuentran en la más grande de las orfandades posibles, son un pueblo en el que sus dioses los abandonaron y fueron derrotados, se encuentran vencidos y sin la menor esperanza.
El milagro no es la aparición, eso es el cuento, el milagro es un pueblo que encuentra consuelo en una Virgen Madre de Dios a la que consideran su madre. Por eso la Virgen la llaman Tonantzin Guadalupe, es decir, nuestra madre Guadalupe.
México como nación se forja en esa aparición, la Virgen de Guadalupe no es completamente española, pero tampoco es totalmente indigena. Si se fijan la Virgen Morena mexicana es la misma que la de Extremadura, pero no tiene en brazos al Niño Dios, la Virgen está encinta, es la madre de un pueblo que apenas va a nacer.
Es Tonantzin, es Coatlicue, es la Guadalupe extremeña, es todo lo que nos representa como mexicanos, es morena y es la madre del Dios Cristiano y la madre de todo lo que existe de la cosmovisión indígena. Además se le aparece a un pueblo en la total orfandad diciéndole: ¿Acaso no estoy yo aquí, que soy tu Madre?
El milagro no está en la aparición, no es Juan Diego ni la tilma, tampoco es Zumárraga y su escepticismo de no creerle a un indio pobre. El milagro, desde mi punto de vista, lo encontramos en un pueblo en la orfandad que encontró una madre que le dio esperanza en su peor momento.
Y eso no es poca cosa.
Ahora, a mi edad, estoy convencido que estos relatos no se deben confrontar desde el rigor de la verdad histórica, ahí no hay nada, por el contrario, los deberíamos abordar como la única forma que tenemos de enfrentarnos con lo sagrado. Solo podemos explicarnos lo incomprensible de lo divino con lo limitado de nuestras capacidades.