Ese día quise cumplir con el compromiso de acudir a una rueda de prensa en el Centro Recreativo Xalapeño. La noche anterior estuve de fiesta. Así estaría la fiesta que, por esa ocasión, preferí dejar mi auto frente a casa de mi amiga e irme en un taxi a casa. Pero ahí estaba, a las 10 de la mañana del día siguiente, en el Centro Recreativo Xalapeño donde, por cierto, exponía Héctor Montes de Oca. A Héctor no lo conocía en persona, es decir, lo había visto en algún otro evento, pero no habíamos cruzado palabra. Sabía del prestigio de Héctor, fotógrafo del National Geographic, incluido en los catálogos de Estados Unidos y Europa, compartiendo cartel con Manuel Álvarez Bravo, Hugo Breme, Edward Weston, Tina Modotti, Nacho López y Mariana Yampolski.
Pero esa mañana estaba más ocupado en ocultar mi resaca, tratando de moverme por donde casi no hubiera gente. Entonces Héctor se acercó a mí, me abordó. “Armando, desde hace tiempo quería darte las gracias por tus artículos. Todos los días, después del desayuno los leo y me haces la mañana”, me dijo. Caramba, uno no se acostumbra a esa clase de halagos. “Por lo mismo me gustaría darte un obsequio. Quisiera obsequiarte una de mis fotografías”, agregó. Bueno, hasta la cruda se me bajó. Me pidió que lo siguiera a la sala donde exponían su obra para escoger alguna de las fotografías que tenía en exposición.
En mi incompleta ebriedad pensé que Héctor iba a bajar de la pared una de esas fotos en formato gigante, formato de exposición, y que me la iba a echar en el lomo para que saliera del Centro Recreativo con ella. Escogí una foto del centro de la Ciudad de Xalapa, donde sale el palacio de Gobierno, la catedral y la calle de Enríquez. Ya estaba poniendo el lomo para que me la echara encima, cuando me dijo que no, que él me haría llegar la foto a mi oficina. A los pocos días me llegó la fotografía, en formato más pequeño, por supuesto, con el sello de autenticidad y la firma de Héctor Montes de Oca. Una tarde, en la oficina de mi amigo Rubén Pabello, vi una fotografía semejante a la que me regaló Héctor.
Le dije a don Rubén que yo tenía una parecida en casa, que Héctor me la había obsequiado. “¿Te la regaló?”, me pregunto don Rubén. “Sí”, le dije y le conté la anécdota del Centro Recreativo. “Te debe apreciar mucho”, me dijo y agregó: “¿Sabes cuánto cuesta una fotografía de esas?”. La verdad es que no tenía idea, pero cuando me enteré, me fui para atrás. Héctor Montes de Oca murió la tarde del jueves, la noticia me golpeó y el golpe me dolió, como dice César Vallejo en “Los Heraldos Negros”, como si después del golpe, “la resaca de todo lo sufrido se empozara en el alma”.
La obra fotográfica de Héctor Montes de Oca es una constante búsqueda del instante, del momento preciso en que la luz y las sombras se conjugan para dar al espacio cotidiano un aura que despide un mensaje donde el tiempo se queda detenido. La fotografía de Héctor Montes de Oca sigue las reglas de la poesía japonesa, del haiku particularmente, esa pieza poética donde se debe conjugar la brevedad con la eternidad en sólo tres versos. En la obra de Héctor Montes de Oca el primer verso es la luz, el segundo es el instante y el tercero la eternidad. Hasta pronto amigo, hasta pronto. Gracias por tu arte, por tu amistad, por tu generosidad.