Cuitláhuac García, qué pena llegar a gobernador sólo para que los veracruzanos se dieran cuenta del gran pendejo que eres

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- en Avenida Principal, Carrusel

Uno de los problemas más graves con el que tienen que lidiar los pendejos es que tienen boca y hablan, por lo mismo dicen puras pendejadas. Hace pocos meses, el gobernador de Veracruz, Cuitláhuac García, jubiloso después de las elecciones, arrogándose una victoria que le pertenecía a Rocío Nahle, abrió la boca para vaticinar que muchos medios de comunicación habrían de desaparecer; dijo que esos medios iban a quebrar porque cayeron en el descrédito al publicar puras mentiras. Sin embargo, Cuitláhuac García se equivocó; y no fue la única equivocación que tuvo.

¡Hey, señor Cuitláhuac! Aquí seguimos, aquí seguiremos, firmes, decididos, con el prestigio salvado, con la misma osadía que nos brinda no temerle a la verdad. Durante los seis años que gobernó el vecino de la colonia Progreso Macuiltépetl, exhibió de manera impúdica su pendejez. No tuvo empacho en hacerlo, no disimuló nada, se exhibió de manera plácida. Desnudo de inteligencia Cuitláhuac García se paseó por todo el estado, mostrando su pequeñez, mostrando sus vergüenzas, como el rey desnudo del cuento de Andersen.

De Cuitláhuac García no se recuerda un sólo gesto de inteligencia, de sensibilidad, de astucia. Cuitláhuac García fue el chivo de la cristalería, el payaso “Cuícaras” de una fiesta bizarra que duró seis años. Cuitláhuac García fue su propio patiño, su némesis, el mismo se amó y el mismo se odió; se frustró, porque en el fondo quería ser un buen gobernador, pero nunca pudo, pues ya lo dice el refrán: “Lo que natura non da, Salamanca non presta”.

¿Cuántos políticos de carrera, hombres de gran sensibilidad e inteligencia se quedaron con las ganas de gobernar Veracruz? Muchos. Sin embargo, un improvisado, un “don nadie”, un hijo de la estulticia, alcanzó ese cargo sin merecerlo. Qué pena llegar a gobernador sólo para que los veracruzanos se dieran cuenta del gran pendejo que eres.  

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