La llamó ladina, la llamó corrupta, dijo que su candidatura fue impuesta por un grupo de hombres que se quiso aprovechar de su imagen, la llamó la protegida de Claudio X. González y a pesar de ello el presidente López Obrador dice que no, que él no insulta, que por principios él no insulta. Pero si todos los días ha ocupado la mañanera para insultar. Si no insulta a un medio de comunicación, insulta a un periodista. Un día insulta a los empresarios, otro día insulta a la clase media. Insulta a los universitarios, a la presidenta de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, a los ministros de la Corte. Insulta también a los pobres, a los ricos, a los que aspiran a más.
El presidente insulta todo el tiempo, porque sabe que nadie le va a responder, porque sabe que no le va a dar derecho de réplica a nadie. Finalmente, el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación determinó que el presidente de México ejerció violencia política en razón de género en contra de Xóchitl Gálvez.
Sin embargo, el presidente lo niega: «Yo no ofendí a la señora Xóchitl, no hay prueba de eso, lo hago por principios, no ofendo a nadie, menos a una mujer, no sé de dónde salió eso. Me consta que en una ocasión en el Instituto Electoral tergiversaron, una consejera del bloque conservador se atrevió a cambiar mis palabras, incluso, hasta la sancionaron en el mismo INE. Pero nunca he ofendido a la señora, nunca, no sé de dónde salió eso». De hecho, que López Obrador diga que él no insulta es un insulto a la inteligencia de los mexicanos. Desde la mañanera el insulto es un deporte que sólo ejerce el presidente.
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