Adiós Raúl, te recuerdo con cariño papá

Raúl
Adiós Raúl, te recuerdo con cariño papá FOTO: WEB
- en Opinión

Luis Ortiz Ramírez / Cuando salí de la secundaria, mi vida cambio repentinamente, de un día para otro, mi cuerpo dejó de responder. Después de varios diagnósticos fallidos, conocí una pesadilla llamada Guillain Barré. Esa enfermedad poco conocida a principios de los ochenta, es despiadada, acaba con la mielina del sistema nervioso y se manifiesta con fuertes dolores y calambres en las piernas y las manos, hasta convertir al paciente en un guiñapo, que a fuerza tiene que depender de otros para las necesidades más básicas.

En algunos casos se requiere que el paciente esté conectado a oxigeno las 24 horas, ya que los músculos de los pulmones pierden fuerza. Después de un diagnóstico acertado de un reconocido neurólogo, fui candidato a recibir medicina física por un periodo de tres años en las instalaciones de fisioterapia de la Clínica 11 del IMSS. El problema ahora, era encontrar a la persona encargada de acompañarme de lunes a viernes a recibir mi tratamiento de hidromasaje y de rayos infrarrojos en las piernas.

Para ese tiempo, mi padre se había separado de mi madre, y había comenzado una nueva vida con otra pareja. Sin embargo, cuando él vio en las condiciones en que encontraba, no lo pensó dos veces y se ofreció a llevarme diariamente. Recuerdo que a las 9 de la mañana pasaba diariamente una ambulancia grande color verde, manejada por un amable chofer llamado Vicente. Era peculiar ver como poco a poco se iba llenando el vehículo de pacientes que necesitaban recuperarse de una fractura, operación o de enfermedades más graves como la mía.

Recuerdo a mi padre como un hombre fuerte, alegre y bien parecido, cuando me levantaba de la silla de ruedas que ocupé los primeros meses, lo hacía con mucha facilidad. Durante muchos meses fue mi sombra, me llevaba a Carrizal a las aguas termales, me daba de comer en la boca y en ocasiones, cuando no había dolores en mis piernas, veíamos la televisión juntos.  Es cierto que poco, mi hermano y yo fuimos descubriendo su parecido con Charles Bronson.

Con el paso del tiempo, recobré mi autonomía y desde luego, mi padre su libertad. Es cierto que el buscó su felicidad por otro lado, sin embargo, me queda muy claro que cuando más lo necesitaba, siempre pude contar con él.

A principios de la pandemia, un día recibí una llamada de uno de sus hijos, donde me comunicaba que mi padre se encontraba muy mal. A los pocos minutos, mi hermano y yo hicimos acto de presencia en su casa, pensábamos que tenía Covid y eso nos mantenía un poco nerviosos. Lo subimos a la camioneta y nos trasladamos al ISSSTE. Recuerdo que respiraba con mucha dificultad. Quien se iba a imaginar que esa mañana sería el último día en que lo vería con vida.

Hoy lo recuerdo con cariño y en ocasiones con nostalgia. Recuerdo a un hombre que vivió y fue feliz a su manera, que a pesar de que tenía muchos errores, tenía un alma buena, al grado de que puso a un lado sus propios intereses por los de un hijo que lo necesitaba más que nunca.

Todos los derechos reservados. Este material no puede ser publicado, reescrito o distribuido sin autorización.

Comentarios

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.