El comerciante le dice que no tiene porqué faltarle al respeto, pues ellos son comerciantes y sólo hacen su trabajo. El sujeto le pide una cantidad de dinero, le dice que será sólo una aportación y que con ello tendrán la protección de su grupo. Pero el comerciante se resiste, pues asegura que el negocio va mal, que no han facturado. Entonces el extorsionador le advierte: «Bueno, no vamos a entrar en muchos detalles. Si usted no se arrima, si no llegamos a un acuerdo, lo siento mucho, que tenga lo que tenga que pasar. No te estoy amenazando ni mucho menos, te estoy diciendo que te acerques para ver cómo le hacemos».
El comerciante parece ceder, le pregunta: «¿Cómo le hago?». El extorsionador le dice: «Nada más dígame con cuánto me apoya, viejo. Si no llegamos usted y yo a un acuerdo, y no me apoya con nada y no vienes para acá, cierra tu negocio». Este suplicio que vivió el comerciante de Apatzingán es el mismo que viven miles de comerciantes, quizá millones, en todo México. Baste decir que durante el gobierno de López Obrador la extorsión subió un 45 por ciento.