Armando Ortiz / La creación, dijo el Apóstol Pablo, está declarando por todas partes la gloria de Dios. La constatamos en los amaneceres, a la hora del ángelus, en el ocaso; en los ríos y en los mares; en la noche estrellada, en las tardes de lluvia; en las montañas, en el desierto, en los bosques y en la selva.
Esa gloria la notamos también en el cuerpo de una mujer, en su rostro, en su mirada. Pero además lo notamos en la sonrisa de un niño, en su manera como mira la tarde, en la paz de su sueño.
Por todos lados la creación de Dios está siendo declarada. Y es que Él, hay que reconocerlo, es un gran poeta. Basta abrir los ojos y mirar su obra que todos los días surge para llamarnos la atención.
En los meses de marzo y abril, en la ciudad de Xalapa, las jacarandas sembradas en los parques y las avenidas se pasan todo el día gritando su color. No podemos ser injustos y pasar en medio de los árboles de jacaranda sin volver la vista al cielo para ver las flores iluminadas. Y por si fuera poco, en el suelo, en la tierra, se encuentran las flores regadas como rocío, caídas del árbol, todavía guardando ese gran color púrpura que las distingue, y a pesar de eso los árboles no se miran desnudos.
En la película de Steven Spielberg, El color púrpura, basada en la novela de Alice Walker, ganadora del Premio Pullitzer, hay una conversación entre Miss Celie y Shug Avery. Ellas van caminando por un sembradío de flores color púrpura.
Shug: Más que todo a Dios le encanta ser admirado
Celie: ¿Estás diciendo que Dios es vanidoso?
Shug: No, no es vanidoso, sólo que desea compartir cosas buenas con nosotros. Creo que Dios se molesta cuando caminamos en medio de un jardín color púrpura y no lo notamos.
Celie: ¿Tú dices que Él sólo quiere ser amado, como dice la Biblia?
Shug: Sí, Celie. Todo lo que quiere es ser amado. Cantemos y bailemos todos los que queremos ser amados. Mira los árboles. Observa cómo los árboles hacen todo para llamar la atención de la gente.
Sí, todo el paisaje, las jacarandas y sus flores, está hecho para la mirada, para que por medio de ésta los mensajes del creador nos lleguen al alma y nos pongamos primero a reír, a cantar, a bailar, todos los que queremos ser amados.
Quizá por eso, por las tardes, para huir del bochorno de mi habitación, mejor salgo a los parques, a las avenidas, caminó en medio de las jacarandas, dejando que éstas mojen mi cabeza con sus flores caídas.
No en balde nuestra capital es la Ciudad de las Flores; la abundancia de éstas, su color y su perfume cautivaron al Barón Alexander von Humboldt quien en 1804 bautizara a Xalapa como la “Ciudad de las “Flores”.
Salga de su habitación ya mismo, tome hacia una avenida, un parque, que todavía los hay en Xalapa y muy bellos, y contemple la caída de las flores, la tierra pintada de color. Dese cuenta de cómo los árboles hacen todo por llamar su atención.
Admírese, contemple la gloria de Dios; recuerde, Dios se puede molestar si usted pasa por un jardín sin contemplar de las flores su color.
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