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Jesús, el hijo del hombre. ¿Cómo valorar plenamente su sacrificio?

Es algo para pensarse un poco. Hace casi dos mil años un hombre dio su vida en cambio por muchos. Cuentan los Evangelios que Jesús, el hijo del hombre, no tenía pecado, que era el unigénito de Dios, que la razón por la que se había hecho hombre fue con el propósito de dar testimonio acerca de su Padre y de redimir a la humanidad, atada ésta, a la maldición del pecado y de la muerte. Sus detractores hablan de la inutilidad de su sacrificio, porque desde entonces la humanidad ha seguido pecando y muriendo. De ahí muchos parten para calificar la historia de Jesús como un hecho ficticio. “Sí —dicen—, debió haber sido un gran revolucionario de su tiempo, un hombre ejemplar, un iluminado como muchos otros, pero nada más”.

Sin embargo, la trascendencia que ha tenido su enseñanza es una muestra palpable de que no hay que tomar las cosas tan a la ligera. Jesús ha sido un dechado para muchas personas, aunque otros, los inicuos, han justificado sus atrocidades en el nombre de su doctrina. Por ejemplo, la cristiandad ha caído en un descrédito que ha obligado a muchos a pensar que la doctrina cristiana es errónea. Las Cruzadas, la Inquisición, las consecuencias trágicas de la Reforma, la Conquista, el adoctrinamiento impuesto, las recientes guerras segregacionistas, la moralidad de los fieles, el clero y su tolerancia a la pederastia, sus vínculos con la política, todas estas circunstancias no han ayudado en nada a brindar una imagen positiva sobre el cristianismo.

Sin embargo, en un análisis escrupuloso nos daremos cuenta de que la doctrina que seguían los cristianos primitivos condenaba cada una de estas actitudes y posturas. No ha sido el Cristo con sus enseñanzas, quien ha arruinado el prestigio de la cristiandad. La misma cristiandad ha tenido que pedir perdón por sus métodos, por su política, por su postura pasiva y por su complicidad, ante muchas de las atrocidades que se cometieron en el nombre de Dios. Por supuesto, los pecados de la cristiandad no invalidan las enseñanzas de Jesús, muchos menos su sacrificio. Queda en nosotros, con nuestra forma de vivir, darle valor a ese sacrificio.

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