El presidente Andrés Manuel López Obrador ni en su más íntimo sueño tropical, se imaginó que al final de su sexenio, estaría rodeado de serias acusaciones de financiamiento por parte del narco, jamás se imaginó, que sus hijos fueran acusados de tráfico de influencias y que sus más cercanos colaboradores fueran señalados por recibir prebendas de cuestionada procedencia. Tampoco imaginó, que gran parte de la república mexicana estuviera atrapada en manos del crimen organizado. Jamás imaginó que durante varias semanas fuera etiquetado como narco presidente.
A meses de dejar el poder, López Obrador se mira al espejo y descubre que se ha mimetizado en un aprendiz de dictador. Su intolerancia hacia las manifestaciones contrarias a su modo de gobernar, es evidente. Por ejemplo, para la marcha de mañana domingo 18 de marzo, el ejecutivo federal se refiere a ella como “la marcha de la corrupción”.
Para el tabasqueño, resulta una profanación, el que ciudadanos que cuestionan su actuar democrático, pisen el zócalo. Es más, cuando así ha sido, manda a que quiten el lábaro patrio, porque para él, México, es él. Ojalá y que antes de irse, pueda reconocer que el México polarizado que deja, aún conserva la esperanza de ser más democrático, que se dé cuenta que las instituciones, como el INE y Poder Judicial, se deben respetar.
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