Pasar a la Historia

Luis Echeverría Álvarez FOTO: WEB
- en Opinión

Jorge Flores Martínez / Soy de los que piensa que el presidente tenía todo para hacer las cosas extraordinariamente bien. Ganó con un margen suficiente para no cuestionar su legitimidad y su victoria, más del 50% de los votos lo hacían un presidente con un gran capital político. Por un juego y manipulación de mayorías y representaciones proporcionales, tenía la cámara de diputados y capacidad de negociar con la de senadores para aprobar casi cualquier reforma constitucional. Algunas las hizo, otras las dejó para la segunda parte de su sexenio, en ese momento no había forma de imaginarse que no obtendría mejores resultados en las elecciones intermedias de 2021.

Era tan grande su capital político que decidió lo que en su momento hizo Vicente Fox, tirarlo poco a poco a la basura, desperdiciarlo en batallas innecesarias y pelearse con potenciales aliados. Canceló el NAIM para demostrar que él mandaba cuando no era necesario, ocasionó un desabasto de gasolina en el centro del país solo porque le dio la gana, canceló un Seguro Popular acusando corrupción que nunca demostró, desmanteló el sistema de distribución de medicamentos ocasionando la muerte de miles de mexicanos, inició obras sin estudios, permisos o proyectos ejecutivos terminados, liberó a Ovidio Guzmán en el culiacanazo dejando muchas más preguntas que respuestas, insultó a profesionistas, científicos, intelectuales, ofendió a la clase media y le dio la espalda a las mujeres.

En las elecciones intermedias pierde la cómoda mayoría que tenía en la Cámara de Diputados, lo que le obliga a redoblar el paso en la destrucción institucional, ya tenía la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, acaba con todos los fideicomisos existentes, se enfrenta al Instituto Nacional Electoral, deja incompleto al Instituto Nacional de Acceso a la Información y Protección de Datos Personales, se radicaliza cada vez más, quiere imponer al presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, al no lograrlo, intenta destruir a la Corte.

Promueve reformas constitucionales que al no tener las mayorías en las cámaras, son rechazadas, con Bartlett lanza una seria de cambios legales en materia energética que con mañas y tranzas se mantienen hasta que la Corte las declara inconstitucionales. No acepta la resolución de la corte y hace un par de días, en un evento aparte de los otros poderes, propone una serie de reformas a la constitución de la más diversa naturaleza, sin objetivos de gobierno, sin estrategia ni sustento, solo como plataforma electoral y como un aviso de lo que quiere en los próximos 30 años.

No le importó que a su sexenio le queden menos de siete meses, lo que dibujo fue el bosquejo del país que quiere para él. Un México con un presidente incuestionable. Un México de PEMEX y combustibles fósiles. Un México encadenado permanentemente en un pasado idealizado por él. Un México que le reconozca obedientemente su transformación con miles de monumentos en cada plaza pública y con capítulos enteros que hablen de él en todos los libros de texto posibles.

Quiere pasar a la historia como nunca antes nadie lo había querido. Pero en su soberbia de poder, no solo quiere pasar, intenta él mismo escribir la historia y su paso por ella. Ya tiene muchas páginas escritas llenas de gloria y éxitos, todas listas para llevarlas a la imprenta y que millones de niños y niñas mexicanas las lean extasiados del privilegio de contar con un héroe de esos que nacen cada 200 años.

Pero no cuenta con algo, la historia es muy celosa, permite que garabateen sobre de ella, pero siempre al final es la misma historia la que se escribe sobre los garabatos de los que quisieron imponerse en sus páginas.

No es el primero que lo intenta y no creo que sea el primero en lograrlo.

Pasar a la historia requiere de muchas cosas de las que por desgracia nuestro presidente no cuenta.

Luis Echeverría intentó pasar a la historia. Al final lo logró pero no como él quería, y la historia implacable como es, lo hizo vivir cien años para que él mismo fuera su testigo de la cada palabra que la historia fríamente le dedicó.

Después otro López, esta vez López Portillo, la escribió en una impecable y bellísima prosa. La historia cruel y sarcástica, hizo del paso de López Portillo una triste opereta de mal gusto y peor final en la que solo lloraron los perros.

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