«Que una cosa era supervisar y hacer negocio, pero otra atascarse», les dijo. Ahora López Obrador está que no lo calienta ni el sol, preocupado por la corrupción de sus hijos.
Anota Raymundo Riva Palacio en su columna de El Financiero: «La gran preocupación de López Obrador es que se marque sobre la frente de sus hijos que sean traficantes de influencias, aunque eso quizás ya es un poco tarde para evitarlo. La relación oscura de su hijo José Ramón con Daniel Chávez, el propietario del Grupo Vidanta, muy cercano al Presidente, fue lo primero que comenzó a generar la percepción de tráfico de influencias. Las recientes revelaciones sobre Gonzalo reforzaron esa idea. Todos los señalamientos en torno a los presuntos negocios de Andrés refuerzan lo que cada vez se asienta más en el imaginario colectivo sobre la corrupción en el corazón del proyecto de López Obrador». ¡Y lo que viene!