Con lo que no contaba es que en las calles de Iztapalapa los taxistas comen lumbre y no los asustan tan fácilmente. Uno de los taxistas que lo enfrentó logró desarmarlo. Ya desarmado otros taxistas se unieron a la madriza. Viendo la oportunidad los peatones que pasaban por ahí le dieron la propina. El tipo quedó como “santo cristo”.
Madreado, humillado y entregado a las autoridades. Su pistolita no le sirvió para nada; que agradezca que no le metieron un balazo con ella. Eso pasa con los tipos que andan buscando que el diablo se les aparezca, al final se les aparece.