Desde este espacio lo hemos sostenido, pudiera ser que un 75 o hasta un 85 por ciento de los usuarios de las redes sociales sean imbéciles. Algunos lo son y ni siquiera se dan cuenta. Los mensajes que suben, las respuestas que dan a cuestionamientos importantes, sus lamentaciones, sus devociones, sus animadversiones y sobre todo sus aficiones y filias.
Es difícil entender como una persona sensata se puede volver seguidora de aquellos a los que llaman influencers y que no son otra cosa que la antonomasia de la imbecilidad. Algunos los siguen porque aspiran a ser como ellos, a tener el mismo grado de imbecilidad. Su refugio es tan pobre como el destino que les espera. Mejor seguir el ejemplo de Soyinka, un hombre de 89 años que ha encontrado refugio en los libros.