Autorretrato

Armando Ortiz FOTO: WEB
- en Opinión

Armando Ortiz / Este que ven aquí, de mente abierta, de ideas muchas, de paciencia poca, hermano de sus amigos y amigo de sus hermanos; que gusta viajar despierto en los autobuses para mirar el paisaje, que gusta de la soledad del mar y del tumulto de la plaza pública, que vive de lo que dice y dice de lo que vive; este hombre que nació en la década de los sesentas, en el año de la matanza, que agradece una buena charla como se agradece un buen tinto, este hombre gusta de mirar la lluvia y extraña mojarse en ella, pero no lo hace porque ha entendido que ya no es lo mismo hacerlo a los quince que pasados los cincuenta.

Este hombre nació bajo el signo de Escorpio y no se explica las coincidencias, pero su carácter es tal cual su horóscopo dicta: “Proclive a la violencia, un tanto incontrolable, transforma su sexualidad en erotismo y ahí se acomoda, en el juego que lo divierte y le place”. Eros y Tánatos lo rigen, pero se olvida del segundo mientras se distrae con el primero. Tiene el don de crear, pero no de creer, por eso desconfía de las malas personas y sobre todo de los que se dicen buenos gobernantes.

Este hombre que nació en los días en que la luna es más hermosa, en el décimo mes que tiene nombre de octavo, gusta de la palabra en los libros; tiene una devoción por Borges y aunque no ha leído más que tres volúmenes de Marguerite Yourcenar, la considera de sus favoritas. No sabe declamar, pero le gusta escuchar a sus amigos que sí saben. Este hombre alguna vez quiso ser poeta y engañó con sus poemas a un jurado universitario que le dio un premio de consolación de 15 mil pesos. Tiene escondido en su librero El declamador sin maestro, pero cuando cita a un poeta, cita a Paz, a Pessoa o a Pacheco, lo que lo hace ser un tanto hipócrita.

Este hombre se ha leído la Biblia tres veces, pero nunca ha ido a misa; no se confiesa porque no cree en la penitencia y porque de todos modos no oculta gran cosa; comete pecados como todas las personas, nada del otro mundo. No tiene vicios y eso es lo que más lamenta, porque como dicen por ahí, “no se puede confiar en una persona sin vicios”.

Este hombre tiene buen apetito, aunque su estómago no esté muy de acuerdo con lo que come. Gusta de los pipianes que prepara su hermana y de los chilatoles y caldos de robalo en casa de su madre.

Es compulsivo, obsesivo y para colmo obcecado. Tiene problemas con el rechazo y por eso es muy fácil quitárselo de encima. No le gustan las antesalas, ni que las personas lo citen y que luego se disculpen porque no van a llegar. Prefiere la honradez a la cortesía, prefiere la verdad a la mentira; y no que no mienta, pero es que no sabe mentir, aunque reconoce de inmediato a los mentirosos.

Este hombre que nació un 25 de octubre ha publicado libros, sembrado árboles, criado hijos, pero no se quiere morir todavía, aunque para algunos ya no tenga nada que aportar. De hecho, vive con la zozobra de que va a durar muchos años y por eso se hizo escritor y luego periodista.

Este hombre, en los últimos años, ha conocido de nuevo la dicha, eso sí, sin merecerla. Una dicha en la forma de un niño al que le cuelgan caracoles de la frente, un niño que un día, sin que se lo esperara, le tocó la mano y le dijo con ternura: “Abuelo, te quiero mucho”.

Este hombre conoció tarde el amor, pero lo tomó y no piensa dejarlo ir, “no ahora que conozco la dicha y no pretendo devolverla, aunque la haya pedido prestada sólo para unos cuantos días”.

Este que ven aquí, moreno, de rostro grande, de frente amplia, de sonrisa difícil, de cabello abundante pero indomable, robusto a pesar de él, a pesar de las horas que se pasa corriendo en el gimnasio, no sabe combinar la camisa con la corbata, por eso ha prescindido de éstas.

Este que ven aquí tiene por nombre Armando Ortiz, pero lo que más ha influido en su vida es lo que le viene de su madre, una mujer llamada Victoria Ramírez.

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