En años atrás, cuando alguien carecía de medios económicos para comprar alguna propiedad, pero era reconocido como un hombre cabal, su palabra era suficiente para quedar como garantía de que este cumpliría su promesa de pago. Su palabra pesaba y esta era cuestión de honorabilidad. Sin embargo, cuando alguien dejaba de cumplir su palabra, ya era muy difícil que algunos confiaran en esta persona nuevamente. Hoy, a unos meses de que acabe su mandato, el presidente Andrés Manuel López Obrador ha desgastado tanto su palabra, que hoy cuando busca empeñarla, ésta carece de valor y confianza.
Por eso, la promesa que hace a los trabajadores del poder judicial, sobre la desaparición de 13 de los 14 fideicomisos del Poder Judicial, al señalar de que no se dañaran sus derechos aborales, carece de confianza.
El decir que el dinero de los fideicomisos será usado para ayudar a las familias pobres y de que solo se afectará a la cúpula de ministros que gozan de jugosas prebendas privilegiadas, es una vil mentira del presidente. «Que estén conscientes los trabajadores (del Poder Judicial) que ellos no van a Salir perjudicados en nada. Es mi palabra y soy un hombre de palabra y los compromisos se cumplen», dijo, un presidente que ha desgastado lo único de valor que tenía, su palabra.
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