*A las hijas les dijo que había huido con un varón dejándolas
Carlos Jesús Rodríguez Rodríguez / TREINTA AÑOS después, lo que parecía un crimen perfecto estaría por ser esclarecido por la hija de una mujer cuyo padre siempre le inculcó que su progenitora se había fugado con otro hombre, abandonándolas a ella, a su hermana y a su esposo. Bajo ese argumento crecieron las menores, hoy convertidas en mujeres, pero una de ellas nunca pudo explicarse porque la mamá, pese a la versión del padre, jamás las buscó, lo que no es común en madres cariñosas, como lo demostró la desaparecida durante el tiempo que convivieron con ella en la casa que habitaban en la avenida Víctor Sánchez Tapia, entre Cabo Corrientes y Cabo Tepoca del infonavit Las Brisas del puerto de Veracruz, vivienda que andando el tiempo fue vendida por el progenitor para irse a vivir a Paso de Ovejas. El sitio fue rentado posteriormente a una famosa taquería que por años operó en esa dirección, y actualmente es una panadería, pero nadie imaginó que bajo el piso de los negocios que allí funcionaron había un cadáver, presuntamente de la madre que supuestamente había escapado con otro hombre según la versión narrada por el padre narrada a sus hijas, con la intensión de que no preguntaran más en torno al destino de la mujer “infiel” que, en realidad, pudo haber sido asesinada por quien actualmente es un adulto mayor que pensó haber librado al peso de la ley, sin imaginar que su propia hija buscaría a su madre, sacaría conjeturas y denunciaría hasta convencer al aparato de justicia de que bajo las losas de su antigua vivienda podría estar el cadáver de su mamá asesinada por su padre, e inhumada clandestinamente en la casa que habitaban, quizá cuando estaban en el colegio. Algo debió quedar en la mentecita infantil que la llevó a reconstruir los últimos escenarios en los que estuvieron sus padres, y tras varias denuncias finalmente logró que las autoridades catearan el inmueble en busca de restos humanos, algo que causó sorpresa a los ahora ocupantes, pero el esfuerzo no fue en vano. De esa manera, el viernes 20 de octubre de este año se confirmó que dentro de lo que alguna vez fue una famosa taquería -ahora panadería- en el fraccionamiento Las Brisas, al norte de Veracruz, se encontró una fosa clandestina en la cual había un cuerpo humano que, al parecer es el de una mujer que desapareció hace 30 años, por quien recientemente sus hijas presentaron una denuncia por desaparición.
QUEDA CLARO que cuando un ser querido fallece, comienza un proceso de duelo que comprende y recoge todas las reacciones normales ante esa pérdida, sin embargo, cuando la persona desaparece y no existen evidencias de que haya muerto ni de que siga vivo, se presenta una dificultad añadida. A ese dolor, normal en la pérdida, se suma la duda y la falta de certezas. En ese contexto, para los familiares del desaparecido resulta casi imposible aceptar la pérdida y comenzar a gestionar el dolor, pues este está hecho de incredulidad, de un estado de permanente alerta esperando noticias en un sentido o en otro, de tristeza por la ausencia. En esos momentos lo más habitual es que las energías se inviertan en buscar a la persona desaparecida, de modo que el proceso de duelo como tal queda en un segundo plano, situación que puede durar años y finalizar, bien con el hallazgo del cadáver o, de un modo más ambiguo, con una declaración de fallecimiento. En este último caso, los familiares tal vez se aferren a la esperanza de encontrarla con vida. Ciertamente, cuando un ser querido desaparece, lo normal al principio es que la atención de sus familiares esté centrada en la investigación policial y en la ayuda que puedan ofrecer los medios de comunicación, difundiendo la noticia para encontrar algún indicio que ofrezca pistas sobre el paradero de la persona que ha desaparecido. Pero cuando se es niño, como las hermanas a las que el padre les dijo que su madre se había fugado con otro hombre abandonándolas, no hay manera de protestar, de decidir, de asumir compromisos sino hasta que llega el entendimiento y, en consecuencia, las dudas, peor aun cuando el padre no hizo nada por buscarla o presentar una denuncia por abandono.
EN EL caso de una de las hermanas lejos de convertirse en rencor hacia la madre que, presuntamente, las había abandonado, se trocó en dudas e incertidumbre, más aun cuando los recuerdos se agolpan en la mente y se recorren pasajes quizá de violencia intrafamiliar, y aunque los años pasaron, más de 30, según la narrativa, el dolor de no saber nada de la mama que las abandonó pese a amarlas cuando estuvo presente, acrecienta las vacilaciones. Es inexplicable que la madre que tanto las quería las abandonara y en más de tres décadas no se acordara de ellas ni las buscara
LOS VIEJOS vecinos cuentan que, a principios de los noventas, en la casa cateada vivía una familia conformada por un matrimonio de nombre Griselda y Ernesto y sus dos pequeñas hijas, pero un día la mujer adulta desapareció sin dejar rastro. Ella era ama de casa, por lo que su ausencia fue notable. Las niñas eran interrogadas por el vecindario sobre el paradero de su madre cuando su padre se iba a trabajar a la zona de astilleros, a lo que se limitaban a responder: “no sé dónde está, mi papá dice que se fue con un hombre a Xalapa”. Pasaron los años y Ernesto rehízo su vida con otra pareja y vendió la casa, yéndose a vivir a Soledad de Doblado, llevándose a sus hijas, pero a una de ellas jamás se le olvidó la ausencia de la madre, y andando el tiempo, sacando conjeturas, solicitó apoyo a la fiscalía regional de Veracruz para investigar el paradero de su madre y comprobar si en efecto había huido con otro hombre.
Y ES que todo parece indicar que lejos de la versión paterna de que las abandonó para huir con otro hombre, en realidad la mujer pudo haber sido asesinada por su esposo e inhumada en su propia casa, bajo las losas que andando el tiempo paso de ser vivienda a negocio, ubicándose ahí una famosa taquería y, últimamente una panadería, pero serán los exámenes forenses –con el ADN de las hijas- los que determinarán si la osamenta encontrada bajo el piso pertenece a la mamá, luego de que agentes ministeriales y de la Fiscalía Especializada en Atención de Denuncias por Personas Desaparecidas escavaron en un local de la avenida Víctor Sánchez Tapia del Infonavit Las Brisas, lo que fue la vivienda de las menores con sus padres. El dolor que produce la ausencia, que en sí mismo ya es una pérdida, independientemente de cómo finalice el caso, lo han vivido las hermanas durante más de 30 años, azuzadas por el miedo y la incertidumbre ante lo que imaginan que ha podido pasar. Años de cansancio, derivado de ese estado de espera permanente, de esperar novedades, podrían tener un final infeliz, porque de comprobarse que el padre asesinó a la madre por las razones que fueran se transfigurarán en rencor contra el papá que les mintió durante tantos años, haciéndoles creer una verdad inexacta en un afán de encubrir un crimen casi perfecto. Vaya caso, y vaya calidad humana de quienes nos decimos así mismos seres humanos o racionales Así las cosas. OPINA [email protected]
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