No es lo que se esperaba, aunque desde un principio la película de un luchador homosexual, que supuestamente, rompió barreras en el deporte de la lucha libre, no es para generar grandes expectativas. Para empezar, decir que Casandro fue precursor de los peladores exóticos es una falacia. Antes de él ya Sergio el Hermoso, el Bello Greco y Adorable Rubí habían hecho escuela en México; mucho antes que Casandro el exótico. Pero eso es lo de menos cuando se trata de hacer una película, pues se espera que en ella haya giros dramáticos, hazañas insólitas o, aunque sea, drama, simple drama.
Pero no, el guion de la película es liso, llano, sin momentos cumbre, sin simas ni cimas. Todo en Cassandro es anecdótico. Sus inicios en la lucha libre en la frontera con México, su amante de planta, su madre protectora, la muerte de ella, su pelea con el Hijo del Santo; por cierto, el beso que le da al personaje que interpreta Bad Bunny es de los más artificioso.
Lo único que realmente vale la pena es la actuación de Gael García Bernal, un autor con un carisma y una naturalidad que llena la pantalla y que evita que a mitad de la película dejes de verla. Realizar una película para contar la historia de un luchador que ni es el Santo ni Blue Demon es una ocurrencia poco acertada. 20 minutos de documental o menos hubieran bastado si lo que querían era enterarnos de la existencia del personaje.
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