Emilio Cárdenas Escobosa / El secuestro y presunto asesinato de los cinco jóvenes en Lagos de Moreno, Jalisco, que habrían sido obligados a matarse entre ellos, o las perturbadoras imágenes de refrigeradores con restos de al menos 14 personas perfectamente embalados -como si de carne en los congeladores de un supermercado se tratara- descubiertos en Poza Rica, además de la aparición de cuerpos desmembrados arrojados en la vía pública, lo mismo en ciudades de nuestro estado como en diversos puntos del país, son hechos atroces que nos han conmocionado en los días recientes.
Son la más clara expresión de la tragedia cotidiana que representa que el crimen organizado controle amplias regiones del país y se enfrasque en sanguinarios ajustes de cuentas con las bandas rivales.
Nos recuerdan que, más allá de los discursos, las proclamas, los desmentidos y las negativas a escuchar y reconocer la gravedad de la situación, o los consabidos ofrecimientos de que “se actuará y se hará justicia”, la sociedad vive en peligro y que las administraciones de los tres órdenes de gobierno poco pueden o quieren hacer para garantizar la seguridad de la gente.
A los políticos de todos colores que padecemos solo les ocupa y les preocupa la sucesión presidencial o estatal, el acomodarse en el siguiente cargo, los negocios que hacen, el agradar al primer mandatario o combatir al adversario político, entre una larga lista de asuntos que podemos enumerar de los afanes de quienes gobiernan. Son sus prioridades.
Ante la lacerante realidad y el horror que vivimos en este México convertido en campo de guerra de los grupos del crimen organizado y en una gigantesca fosa clandestina desde hace casi dos décadas, agobia pensar en cuándo llegará a su fin este estado de cosas.
Tenemos años de ver escenas sangrientas, llevar la cuenta de los desaparecidos, saber de crímenes atroces o de enfrentamientos, de balaceras, ajusticiamientos y un sinfín de hechos violentos. Pero cuando se presentan actos espeluznantes que revelan la deshumanización de los criminales, su falta de piedad o la degradación o el sadismo al que se llega en el mundo de las drogas y del crimen organizado, el espanto es aún mayor.
Estos crímenes son reveladores de la terrible descomposición que vivimos y en la que los jóvenes llevan la peor parte. La ola delincuencial que nos atenaza a todos los tiene a ellos especialmente en sus manos, sea para volverlos víctimas o, merced a la falta de oportunidades o el reclutamiento forzado, convertirlos en victimarios.
¿Cuántos jóvenes pobres, del campo y la ciudad, son sumados a las filas criminales como sicarios o halcones? ¿Cuántos adolescentes engrosan las filas de la delincuencia día a día? ¿Será porque admiran el “mundo narco” o porque no tienen de otra?
En un país donde un joven no encuentra trabajo o debe emplearse de lo que se pueda para subsistir o ayudar a su familia sumida en la pobreza o que batalla para llegar al fin de quincena, es muy probable que se les haga fácil traspasar la línea. Lo mismo que un joven del campo al que solo le queda como alternativa emigrar o sumarse a las filas de la delincuencia para ganarse la vida.
Esa es la triste realidad entre los sectores más desfavorecidos, donde la pobreza y la falta de empleo e ingreso mínimamente remunerador es la constante, lo mismo que en sectores menos golpeados por la crisis, pero donde la educación ha fracasado y la pérdida de valores es el pan de cada día. Y en todos los casos las víctimas son jóvenes. La falta de oportunidades los condena.
No vayamos lejos. Seguramente usted conoce o sabe de estudiantes o universitarios recién egresados que no encuentran empleo y los vemos despachando gasolina en una estación, manejando un taxi, de empleados en tiendas, por citar casos de trabajos respetables pero que desde luego no eran su aspiración, o simple y llanamente desempleados porque no hay trabajo o en el que hay se les ofrecen salarios miserables.
En esas condiciones salta la pregunta evidente: ¿Y los gobiernos, los políticos y candidatos qué hacen? ¿Qué han hecho, para atender esta emergencia nacional? ¿Cuántos programas de Jóvenes Construyendo el Futuro habría que replicar en todo el país para salir al paso? ¿Qué irán a ofrecer al respecto quienes muy pronto andarán en campaña?
Hoy por hoy, para decirlo claro, los políticos de todos los colores solo están enfrascados en la guerra electoral, en la descarnada lucha por el poder.
Si los gobiernos han fallado estrepitosamente y a los políticos solo los mueve el poder y los negocios, la sociedad no puede resignarse a vivir con miedo y a quedarse en el recuento de crímenes, de jóvenes vidas truncadas, de historias de horror e impunidad.
Es tiempo de que nuestra indignación se transforme en acción, en exigencia para revertir nuestra terrible realidad. No podemos quedarnos cruzados de brazos, antes de que la irracional violencia nos alcance.
Al crimen se le debe combatir no solo con armas. Se debe hacerlo con mejor educación, con trabajo para todos, con políticas públicas efectivas de apoyo a los jóvenes, con fomento a los valores, con honestidad en el ejercicio de gobierno, cerrando espacios a la corrupción, castigando al que delinque, lo mismo al sicario que al político que desvía recursos.
Revertir el estado de cosas exige la toma de conciencia de todos de cara a las próximas elecciones. Vivir en paz es lo menos que esperamos a cambio de nuestro voto.
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