Edgar Hernández* / Recogiendo el proverbio chino, López Obrador resultó, tras el fenómeno Xóchitl, un tigre de papel.
En apariencia, a lo largo de su sexenio, se mostró como un hombre poderoso, un abusivo de poder que lo mismo encaraba a Estados Unidos que a líderes mundiales. Ofendía a Panamá y Perú sin pestañear, le regalaba petróleo a Cuba sin pudor alguno y exigía disculpas a España por las ofensas de 500 años atrás.
En realidad, no era nada, tan solo desplantes.
Solo un tigre de papel, un tigre por fuera con todo y rayas, pero de papel e incapaz de resistir el viento y la lluvia.
Bastó el soplido de una mujer bragada que reclamaba justicia, una proveniente del pueblo, ese pueblo bueno que tanto aparenta defender, que lo encarara reclamándole la banda presidencial, para que mostrara su fragilidad, para que se llenara de pánico, un pánico que traduce en insultos y difamaciones.
Escribe Paul de Man en su “Teoría de la Resistencia” que “si a un gato se le llama tigre, se le puede desestimar fácilmente o calificar como un tigre de papel; pero todavía queda por resolver por qué asustó tanto el gato en un principio”.
López Obrador jugó al engaño, -al gato y al ratón- una vez que se cruzó la banda presidencial.
Jugó al ogro para partir en dos a la republica donde los malos fueron clasemedieros y los ricos y la otro parte conformada por el infelizaje, los pobres, el pueblo bueno al que hay que tratar como a los perritos y darles de comer ya que “con un pantaloncito y un par de zapatitos basta ¿para qué quieren más?”, les decía.
Su bandera, acabar con los corruptos -entre los que destacan Calderón y Claudio X-, una bandera falsaria ya que los verdaderos corruptos son ellos.
Son los responsables de que estemos tan jodidos, que la república a la vuelta de un lustro registre 150 mil crímenes, resultante de la incontenible violencia.
Son los muertos de López Obrador; ellos son los que nos dejaron sin medicinas arrojando un saldo de 800 mil muertes, también sus muertos.
Dio lugar a que su familia fuera expuesta y que los colaboradores, sus colaboradores, fueran exhibidos no solo como ineptos, sino como unos verdaderos raterazos.
Y que los tres proyectos, su aeropuerto Felipe Ángeles, su Tren Maya y su refinería “Dos Bocas” sirvan para maldita la cosa. Todo porque Loret “nos ataca”.
Los periodistas críticos, donde no entra Lord Molécula, son acosados, otros asesinados -van 67- y son señalados todos los días porque responden a la oligarquía, a Salinas, a Fox y a Ciro.
El punto es que este raro señor de nada es culpable.
Nada hizo tampoco por cambiar el lastre heredado y su misión es dormir 18 horas para estar listo desde las 5 de la madrugada para hablar, hablar y seguir hablando, en sus Mañaneras, de cuan injusto resulta que todo mundo lo ataque y nadie lo quiera (salvo los chairos y sus empleados).
128 mil mentiras a lo largo de su sexenio han sido muchas. No se sabe cuántas le dijo a su mujer cuando lo cacharon en devaneos, pero seguro que no fueron pocas.
No se sabe tampoco hasta dónde llegó su alianza y compromiso con el crimen organizado, pero si saludar a la mamá de El Chapo fue una señal, podemos consecuentemente inferir que hay trato privado, acaso alianza y si hubo alianza también hubo mucho dinero y muchas drogas porque seguro no se juntaban a rezar por la salud del pueblo.
Regresemos, sin embargo, al argumento inicial.
López Obrador al primer ¡buuu! se deshilvanó; se desdibujó; le salieron ojeras; vio que Claudia Sheimabum no es nada al lado de la señora que dice groserías y que le va al Cruz Azul.
Resultó un tigre de papel. Un inofensivo gatito. Una doméstica mascota que agacha la testuz al primer grito de “¡Eres un machista!”.
“A donde estoy yo llegué con mucho esfuerzo. (…) Me tiene tanto miedo el presidente que dice que un hombre me puso aquí y a mí ningún cabrón me puso en ningún lado”, declaró al registrarse con aspirante presidencial.
Mientras el Peje, escondido en su Palacio, está muerto de miedo.
López Obrador está cierto que el efecto Xóchitl hizo despertar a la ciudadanía, a ese sector de la población desprotegida y sin un clavo que utilizó y manipuló.
A los pobres que fueron su bandera se los arrebató una indígena venida a más.
A la par los partidos políticos, atrapados en su red de intereses y compromisos, despertaron del sueño eterno para despabilarse tras descubrir que para que la cuña apriete debe ser del mismo palo.
Xóchitl es el veneno de AMLO, la cicuta que de manera obligada deberá injerir. Ella representa el despertar de la ciudadanía.
Y es que la sociedad civil de pronto, de la noche a la mañana se percató del engaño de todos los abusos y excesos; de las arbitrariedades y masacres; del incremento de la pobreza extrema y la basura que se mueve en el entorno presidencial.
Cambiaron los paradigmas de tal suerte que si no se da la alianza opositora vía el Frente Nacional por México, recién creado, basta que persista como candidata ciudadana y de la mano de su partido, el PAN, arrase.
Aunque eso es un decir, el desmantelado PRI ya le cerró el ojo y hasta Dante le dijo “amiga” a la Xóchitl.
Es la hora cero de AMLO.
Tiempo al tiempo.
*Premio Nacional de Periodismo
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