No fue una revuelta ciudadana, no fue un golpe de estado por parte de la Fuerzas Armadas rusas. En realidad, es el grupo paramilitar Wagner, compuesto de mercenarios a sueldo, quienes están enfrentándose al gobierno de Vladimir Putin. Este grupo fue formado por un hombre, Yevgueni Prigozhin, que se encargaba de dar banquetes a la oligarquía rusa, pero que cuando joven estuvo en prisión por cargos de robo y desorden social. Prigozhin, quien era llamado “El chef de Putin”, formó este grupo de mercenarios con personas que estuvieron en prisión y que fueron liberados con la condición de que combatieran en contra del ejército de Ucrania.
Pero después de varios meses de combate Yevgueni Prigozhin acusó a los militares rusos de lanzar misiles en contra del grupo Wagner. Por ello se sublevó, por ello la rebelión. El presidente Putin ha declarado que los traidores pagarán por su levantamiento: “Quienes organizaron y prepararon el amotinamiento armado, quienes alzaron las armas contra sus compañeros de lucha, traicionaron a Rusia. Y responderán por ello. Insto a los que están siendo arrastrados a este crimen, a no cometer el error fatal y trágico, inimitable, a tomar la única decisión correcta: dejar de ser parte de acciones criminales”.
El caso es que el Ejército de Prigozhin se acerca cada día más a las puertas de Moscú. Derrocar al gobierno de Putin parece una empresa imposible, sin embargo, los avances de los rebeldes son significativos. La moneda está en el aire. Mientras tanto, ¿cuál será el papel de los ciudadanos rusos?
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