Sergio González Levet / En 1968, los periódicos mexicanos no podían publicar ni una línea en contra del Presidente de la República. Desde el nacimiento del partido oficial en 1929, la prensa nacional había sido objeto de una indelicada coacción que la obligó a ir sembrando mártires de la libertad de expresión, y junto con ellos cientos de reporteros en todo el país iban abriendo con su labor diaria espacios de la almeja cerrada en que se había convertido el priismo.
Sabían los comunicadores de aquellas primeras décadas de la dictadura perfecta que podían ejercer un cierto grado de crítica, pero había tres entes intocables, inmarcesibles, inatacables -como pretende la plagiaria Yasmín que sea la sentencia de una jueza perdida de la Ciudad de México-: la Virgen de Guadalupe, el Ejército y el Presidente de la República -enunciados aquí por su orden de aparición en la historia patria-.
Con muchas penas y verdaderos prodigios de la imaginación, los periodistas mexicanos lograron ir conquistando espacios para la crítica, pero la mordaza estaba en pleno apogeo hasta el estallido social del Movimiento del 68. Jacobo Zabludowsky, el más insigne comunicador mexicano de esos tiempos, tuvo que empezar su noticiero nocturno del 3 de octubre con esta noticia: Ayer fue un día soleado en México, Distrito Federal. El mejor de todos dejó pasar la noticia más importante de nuestra historia contemporánea porque tenía férreos candados que le impedían informar lo que no convenía al régimen.
Pero a partir del 68 todo se revolucionó, y las pequeñas conquistas que se habían logrado en favor de la libertad de expresión dieron paso a una apertura acelerada, que permitió que muchos periodistas liberales pudieran empezar a señalar los yerros de la figura presidencial.
Luis Echeverría inauguró la pasarela de los presidentes criticados salvajemente en los medios; López Portillo se enojó mucho en su momento, pero tuvo que aceptar el “Te pago para que me pegues”; Miguel de la Madrid fue objeto de la chacota nacional; Carlos Salinas sorteó como pudo aunque con inteligencia los reproches en los medios contra su forma de gobernar; Ernesto Zedillo fue criticado sin compasión; Vicente Fox tuvo que soportar enhiesto los ataques contra la señora Marta; Felipe Calderón atemperó su carácter duro y arrostró los reproches más acerbos; Enrique Peña Nieto, ay Enrique, no tuvo más que poner buena cara a la andanada de burlas que le publicaron a sangre fría por su forma de expresarse.
Andrés Manuel López Obrador no quiere que los medios lo toquen ni con el pétalo de una rosa. Al que lo critica, al que le dice algo en contra, al que no está completamente de acuerdo con él, lo insulta, lo vilipendia, lo calumnia y le cierra el paso a la interlocución.
Lástima de tantos años de lucha, de tantos esfuerzos para poder decir y publicar lo que queremos, para que el Presidente actual quiera ahora borrar de un plumazo nuestra mayor conquista como reporteros y como mexicanos: la libertad de expresión.
Ésa no es negociable.
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