Aurelio Contreras Moreno / La aberrante concentración a la que el gobernador de Veracruz y “sus” diputados convocaron el sábado pasado afuera de la Suprema Corte de Justicia de la Nación exhibió, más que a los ministros a los que fueron a amenazar, la podredumbre y la violencia de un régimen caduco, corrupto y facineroso como el que gobierna Veracruz.
La apología del feminicidio que abiertamente realizaron los funcionarios del gobierno veracruzano con sus ataúdes con la imagen de la presidenta de la Corte Norma Piña, es un delito por el que tarde o temprano tendrán que responder Cuitláhuac García y sus colaboradores, como el secretario de Gobierno Eric Patrocinio Cisneros, quien personalmente cargó uno de los féretros. Y eso que él es el titular del Sistema Estatal para Sancionar, Erradicar, Prevenir y Atender la Violencia contra las Mujeres. Por algo Veracruz está en los primeros lugares nacionales en feminicidios.
Con este desplante vandálico, porril, el morenato lanzó un mensaje que no deja lugar a dudas: el autoritarismo violento es la principal característica define a la autoproclamada “cuarta transformación” y que, ahora abiertamente, amenaza con la muerte a quien se opone, disiente o piensa distinto a sus “líderes”, o que simplemente no hace lo que ellos quieren en sus ansias por controlarlo todo para perpetuarse en el poder.
Es esa misma violencia que se escupe todos los días desde Palacio Nacional, convertido en un tribunal sumario para que el presidente condene a la lapidación a todos aquellos señalados como “enemigos” de su “movimiento”, conducta más cercana al fascismo que a la democracia que por años juraron enarbolar y a través de la cual accedieron al poder.
Hoy esa democracia está seriamente amenazada por políticos que, como Andrés Manuel López Obrador y sus imitadores de cuarta, jamás han reconocido una derrota, que agreden a todo aquel que no les da por su lado y que han escalado del discurso violento a la agresión directa, como también pudo verse durante la pantomima encabezada por Cuitláhuac y su pandilla.
Las rabiosas hordas morenistas apostadas afuera de la Corte insultaron, persiguieron e incluso golpearon a reporteros que cubrían el circo montado por García Jiménez, reflejo claro de la irracionalidad y la brutalidad que representa este régimen que se basa en el odio y el resentimiento para mal gobernar dividiendo a la población y que, ante su monumental incompetencia para desempeñar responsabilidades que le quedaron demasiado grandes, se radicaliza cada vez más en contra de críticos, oponentes e instituciones a los que no han logrado someter.
La conducta de Cuitláhuac y su pandilla, así como de los grupos de choque que manejan las distintas facciones dentro de Morena, se asemeja cada vez más a la de los fascistas del siglo XX, como aquel grupo paramilitar italiano conocido como los “camisas negras”, cuya tarea era intimidar a la población y a los opositores con acciones violentas que iban desde el acoso verbal, hasta el hostigamiento físico e incluso el asesinato.
El discurso de odio, la violencia de género y la apología del asesinato son ahora expresiones recurrentes de la “4t”, que desde el gobierno replica muchas de las recetas fascistoides y que, irónicamente, llama “fachos” a quienes señalan sus horrores. Y mientras promueven con vulgaridad la violencia, ésta misma azota a Veracruz y al resto del país y desnuda, descarnadamente, su burda incapacidad. Si no es que su abierta complicidad.
Claramente, el gobernador y sus secuaces no representan lo que es Veracruz ni a los veracruzanos. Son vándalos que más pronto de lo que creen, encontrarán su verdadero lugar.
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