Armando Ortiz / Estoy experimentando con el ChatGPT de inteligencia artificial. La verdad me sorprende, pero no más allá de lo que esperaba. Me parece que el ChatGPT es como un robot de Google, más grande, más eficiente, más elocuente. El mismo chat reconoce sus limitaciones. Ya le pedí que me escribiera un poema sobre la ciudad y la soledad del hombre en ella.
Este fue el resultado:
“En la ciudad, los edificios se alzan altos,
los caminos están llenos de coches y asfalto,
y la gente camina con prisa, con apuro,
enajenados por su tristeza y su oscuro futuro.
Los rostros, una vez radiantes y llenos de vida,
ahora parecen fríos, cansados y abatidos,
sus miradas perdidas en el horizonte lejano,
anhelando un mundo mejor, un mañana más humano.
La tristeza se siente en cada esquina, en cada calle,
como una nube gris que se niega a disiparse,
y los corazones de los habitantes se llenan de pesar,
buscando la luz en un mundo que parece naufragar.
Pero en medio de tanta oscuridad y dolor,
aún queda la esperanza, aún queda el amor,
y juntos podemos encontrar la manera,
de salir adelante y hacer que la vida sea más plena.
Así que no perdamos la fe, no perdamos la ilusión,
sigamos adelante con coraje y determinación,
y encontremos la belleza en cada pequeña cosa,
para llenar nuestras vidas de alegría y de rosa”.
Una vez leído el resultado, algo me quedó claro. ChatGPT, en medio de sus limitaciones, es mucho mejor poeta que muchos de mis conocidos que se endilgan el título de poeta.
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