Jorge Flores Martínez / El odio y resentimiento son armas retóricas extraordinariamente poderosas en la política. El discurso del diálogo y la aceptación del pensamiento diferente ya no captan el interés de nadie, el momento de la humanidad ahora es de los políticos extremos, esos que apuestan todo por todo, y cualquier disenso es una forma de traición.
El discurso de la épica batalla de conservadores contra liberales que se deben eliminar por completo y en forma absoluta no existe en ningún otro lugar que no sea en la cabeza de nuestro presidente. Esa lucha ya se libró en el siglo XIX, los mexicanos, ahora en 2023, somos una sociedad diversa, compleja, y mucho más sofisticada. Ya no existe eso de liberales o conservadores. Yo en lo personal considero una agresión que mi presidente me crea un enemigo a eliminar, un conservador que no merece vivir en la imagen de un México transformado por él.
Ver un evento de apoyo al presidente donde se queman figuras de personas me causa temor. No me gusta y me parece que puede ser el inicio de cosas mucho peores. El cómplice silencio de aceptación desde el poder; el minimizar el acto como algo normal que sucede cuando los ánimos políticos se calientan, no es normal y no es algo que los mexicanos merezcamos.
Lo preocupante es el discurso del odio, ese que todas las mañanas sale desde Palacio Nacional a esparcirse sobre los oídos de los que solo saben odiar y tan solo requieren de darse una orden para cumplir los deseos del poderoso.
No me gusta la visión del presidente, donde todos los que pensamos distinto o mantenemos una posición crítica somos enemigos sin valor alguno. Según él, la derrota es nuestra recompensa definitiva por la inmoralidad al mantener un pensamiento distinto al del poder. Ya no hay espacio al diálogo, los traidores, según el poder, no lo merecemos.
El presidente se equivoca, México es mucho más que solo la visión de un solo hombre. México es más grande en su diversidad que en los limites autoimpuestos de un pensamiento único tan pobre y desolador que nos quieren imponer como verdad incuestionable.
La locura nos lleva primero a quemar figuras de cartón en la plaza pública que, al ser aceptado desde el poder, no tardan en levantar la hoguera para empezar a quemar todo lo que no les gusta.
Vamos a tener cuidado, evitar sumarnos al discurso del odio. Serán tiempos extraordinariamente complejos, la recompensa que ofrece el poder por la obediencia ilimitada parece grande, pero conforme pase el tiempo se verá que solo es una alucinante fantasía de poder que no lleva a nada.
Quemar figuras de personas en la plaza pública y la polarización son resultado de ideas muy limitadas y proyectos de nación donde la mitad de los mexicanos estamos excluidos.
Y nadie, ni siquiera López Obrador puede hacer mucho con un país dividido, lleno de odio y resentimiento.
Se dice liberal y no acepta el menor diálogo con las mujeres; dice que se deben someter los derechos de las minorías a plebiscito; recorta presupuestos a educación y salud; militariza la seguridad pública; habla de religión y moral en sus discursos; no le gusta la sociedad civil organizada; desprecia los otros poderes; le molesta la democracia, le parece inaceptable cualquier
pensamiento distinto; aborrece la prensa crítica y quiere imponer una constitución moral a los Mexicanos.
En todo caso, el conservador es él.
Si me equivoco me avisan.
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