Armando Ortiz /
La tarde de este domingo 12 de marzo murió la maestra Esther Hernández Palacios. En el año 2010 Esther Hernández Palacios vivió una gran tragedia con la muerte de su hija Irene y de su yerno Fouad. Para superar ese dolor Esther tuvo que encauzarlo en las letras, de ahí surgió México 2010. Diario de una madre mutilada. En esta ocasión, a manera de homenaje, publicó una vez más este texto que está dedicado a ella. Descanse en paz.
Cuando mi amigo German Ceballos me habló por teléfono para comunicarme que Esther Hernández Palacios estaba en el proyecto de escribir un diario que iniciaba con el día de la muerte de su hija, no pude menos que expresar mi admiración por una mujer que, pensé, buscaba dentro de las letras un poco de consuelo.
Otros, enfrentados al dolor, solemos buscar la soledad, el olvido, la resignación, las evasivas, los paraísos artificiales. Algunos más sólo pensamos en cerrar los ojos como cuando éramos niños y esperar que al abrirlos el dolor se haya disipado.
Fue otro día que mi amigo me dijo que Esther solicitaba mi autorización para incluir en su diario un artículo que publiqué dos días después de la muerte de Irene y de Fouad: “Xalapa (casa) tomada”.
La solicitud me desconcertó, de la misma manera que la propia Esther Hernández Palacios se desconcertara, cuando la noche del 11 de junio abrió su correo electrónico y encontró un “texto escrito por quien menos me esperaría”, dice ella.
No me sentí cómodo. De alguna manera fue público el enfrentamiento que había tenido con la autora. Por supuesto que dije sí de inmediato, pero lo pensé más tiempo.
Una noche, celebrando la visita de un amigo de Canadá, se nos pasaron las copas. German me había platicado algunos pasajes, después del trágico acontecimiento. Me habló de la entereza de Esther, me habló de Irene, a quien sólo conocí de vista, pero si fue la mitad de gentil que su hermana, que siempre me ha saludado sin mediar rencor, si fue la mitad de valiente que su madre, debió ser una mujer luminosa.
Esa noche lloré, esa noche sentí otra vez la muerte de estos dos jóvenes hermosos que, como dije en mi artículo, “no merecían morir así”. Esa noche, lo confieso, entre susurros pedí perdón.
México 2010. Diario de una madre mutilada no es un libro de reproches, ni una simple elegía consoladora. El diario que Esther Hernández Palacios escribió sobre la tragedia que le aconteciera es un grito de alerta que se prolonga. Es un llamado de atención, es buscar romper con la mala costumbre de escuchar en los noticieros las cifras de muertos y pensar que sólo son números y porcentajes. En cada uno de lo más de 80 mil muertos que dejó este sexenio de guerra obtusa, cruel, demoníaca, hubo un drama, un duelo, hubo llanto y se necesitó consuelo. Pero no el consuelo de nuestras autoridades, que se acercaron a Esther sólo para decirle que lo sentían (¡como si en realidad lo sintieran!) y que la muerte de Irene no se hubiera dado si ella no hubiese sido una guerrera. “Nadie esperaba –dijo el imbécil funcionario- que actuara con valentía y que no se apanicara como suelen hacerlo las viejas”.
Mejor el consuelo de la poesía que las promesas de nuestros gobernantes, quienes aseguran encontrarán algún día a los culpables. Así, Esther busca refugio en los amigos, en la poesía de César Vallejo, de Enriqueta Ochoa, de Miguel Hernández, de Jaime Sabines, de Neruda, de Luis Méndez y hasta de los Salmos.
México 2010. Diario de una madre mutilada es el epitafio, enorme epitafio, que debe inscribirse en la lápida de este sexenio (el de Fidel Herrera). Es el grito reunido de Esther Hernández Palacios con el de todas las madres que perdieron un hijo en esta guerra imbécil, comandada por bestias ebrias.
El libro obtuvo el Premio Bellas Artes de Testimonio “Carlos Montemayor”. Pero el libro merece todavía más, merece que cada uno de nosotros lo lea con la empatía que distingue a los seres humanos, esa empatía que también tuvo El Quijote cuando se encontró con el sufriente Cardenio y le dijo: “y cuando vuestra desventura fuera de aquellas que tienen cerradas las puertas a todo género de consuelo, pensaba ayudaros a llorarla y a plañirla como mejor pudiera, que todavía es consuelo en las desgracias hallar quien se duela dellas”.
Relata Esther que su nieto le pregunta:
-¿Qué lees abuela?
-No leo, escribo. Es un diario.
El nieto lee el título: México 2010. Diario de una madre mutilada.
-Qué feo título. ¿Por qué le pusiste así?
-Así me siento.
-No te preocupes, mi hermana y yo te vamos a volver a coser.
Es cierto, en la presentación de este libro alguien preguntó cómo llamar a una mujer que pierde un hijo. La respuesta nos la da Esther Hernández Palacios: Madre mutilada.
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